Un día, caminando con su mejor amiga por una calle cerca de la playa de Boca Chica, quien da vida a la historia de hoy, se encontró con un turista muy «amable» y parlanchín. “Hablaba español, medio enredado, sí, pero se le entendía bien. Nos preguntó nuestros nombres y nos brindó un refresco”. Hasta ahí todo iba bien, aunque la actitud dejaba mucho qué desear. Adolescentes al fin, no advirtieron la señal.
Ellas se reían de sus chistes sobre su experiencia en el país. Les había dicho que tenía poco tiempo aquí, cuando en realidad, llevaba años residiendo en esa localidad. “Ese día nos fuimos a nuestra casa y quedamos muy contentas con nuestro nuevo amigo. Tú sabes, yo con 13 años y mi amiga con 14, una edad en la que ya andaba uno enamorándose”. Se sonríe, pero no deja de sentir vergüenza por su pasado.
Pasaban los días, y en la semana veían a su nuevo amigo hasta tres y cuatro veces. “Un día, yo, que siempre he sido más agentada, le pregunté: ‘¿pero ven acá, y te vas a quedar a vivir aquí, porque dijiste que sólo durarías unos días?’. Él se sonrió y me contestó que estaba muy a gusto en este país”. Le creyeron y siguieron siendo “sus amigas”.
MORDIERON EL ANZUELO
Un mal día, del año 2008, era sábado, cuenta la protagonista de esta historia, “nos invitó para que conociéramos un lugar muy chulo. Es verdad, por fuera se veía como una casa bonita, pero cuando entramos, era un ambiente extraño, luces de colores, bebida y muchos hombres que se notaba que no eran de aquí”. Pide un momento porque al parecer ese recuerdo no le agrada.
Si deseas dejar la entrevista aquí, no hay problema. Estás pálida y lo que menos se quiere con este relato es tocar tu sensibilidad. “Tranquila, es algo normal. Nunca había contado mi historia a nadie, que dicho sea de paso, es una historia dentro de otra historia. Yo me entiendo”. Se le respetó su mordaza con respecto a esto.
Retomando el tema, con mucho pesar continuó: “No pueden imaginarse la situación tan extraña que vivimos. Nunca supimos por dónde fue que entramos, era como si después de estar ahí dentro, se esfumaban las puertas. A él no lo volvimos a ver ese día, y cuando preguntábamos a otras personas, nos ignoraban. Sólo una chica que no tenía 18 años, nos dijo casi en secreto, ya ustedes no podrán salir de aquí, yo tengo mucho sin poder salir”. En esta ocasión se deja ver llorar y sus bien maquillados ojos comienzan a tener otro matiz.
Quisieron sentarse en un rinconcito a llorar y consolarse una con otra, pero un señor les dijo que debían ponerse a trabajar que había demasiados clientes. “Yo me preguntaba, ¿pero qué trabajo? Nos quedamos calladas y él volvía a buscarnos, le preguntamos por nuestro ‘amigo’ y se burló de nosotras”. Esto le sigue doliendo a pesar de que han pasado casi 16 años.
El caso es que les buscaron un “uniforme” que consistía “en un pantaloncito cortitito y una blusita tipo brassiere, Dios mío, yo no me lo podía creer”. Agacha la cabeza y piensa por un momento. Luego vuelve a seguir con este relato tan cruel.
“Ya era un hecho. Habíamos caído en la trampa. Éramos dos adolescentes más de las tantas que, aún hoy en el país, han sido y son, víctimas de explotación sexual. Llorábamos diario, y con los días ya no sólo estábamos de meseras y dejándonos que esos hombres nos pusieran la mano. Llegó un momento en que teníamos que sostener relaciones con ellos. Ahí perdí mi virginidad con sólo 13 añitos”. Llora de rabia, de impotencia… Sabía que por más trabajo que estuviera pasando ahí dentro, afuera no había nadie preocupado por su ausencia. No conoce a su padre, ni le interesa, y su madre siempre se ha dejado vencer por los vicios. Su panorama no era para nada halagador.
CLAMA POR MAYOR PROTECCIÓN PARA LOS MENORES DE EDAD
“Cuando digo que salí de aquel encierro toda una adulta no me refiero a que llegué de 13 y me rescataron cuando tenía 20. De ninguna manera. Lo digo porque salí conociendo un bajo mundo que lejos de hacerme pensar que debía seguir esa ruta, no fue así, al contrario, me puso a pensar que algo así jamás yo lo quería para mi vida”. Su llanto es indetenible, pero hay que comprenderla.
Después de un buen tiempo, logra retomar el relato. “En los ocho años que estuve encerrada pasé mucho trabajo, pero muuuuuucho. Lloré hasta que se me gastaron las lágrimas, comía poco y viví un infierno, pero en mi cabeza siempre estuvo la idea de salir de ahí para convertirme en alguien. Se lo decía a mi amiga: ‘¡Oye! Voy a salir de aquí, no sé tú, pero yo sí, y voy a estudiar y voy a luchar porque en la vida sólo me tengo a mí misma”. Cuando habla de esta parte queda sobreentendido por qué tiene una historia dentro de otra.
Se le hizo la pregunta. No dudó en contestar. “Yo soy hija única y desde que tengo uso de razón, nadie se ha preocupado por mí. Mi papá abandonó a mi mamá cuando supo que estaba embarazada. Ella se dedicó a usar vicios para olvidar ese episodio, es más, yo estoy viva de milagro porque todo el mundo decía que con esa bebedera de ella, yo corría peligro”. Descansa y toma aire. Aprovecha para limpiar el rímel que le corría por sus ojos.
EL DÍA QUE SALIÓ
“Nunca jamás voy a olvidar ese momento. Me propuse cambiar las penurias del día que entré por la alegría de la fecha en que salí. Cuando una persona me dice: ‘vengan, vengan, nos van a sacar de aquí, allanaron el club’. No lo podíamos creer. Recuerdo que era por la mañana, y salimos como mismo estábamos, con una pijamita. Nos llevaron a un lugar donde nos investigaron. No sabíamos dónde estábamos… y, como se hizo muy tarde de la noche, a mí y a mi amiga nos llevaron al barrio al día siguiente. Nos trataron bien, pero de alguna forma te hacen sentir como que la culpable de que te haya pasado eso eres tú, y no es así: éramos dos niñas”. Se le salen las lágrimas.
Cuando llegaron al lugar, le pidieron a quienes las llevaron que no hicieran aparataje para que la gente no comenzara hablar. Un psicólogo que andaba en el grupo le explicó a la familia de su amiga lo sucedido. No entendieron nada y con todo y que ya ella tenía 21 años querían “matarla a golpe”. “Después entraron en razón y se pusieron a llorar con ella y conmigo. Me contaron que mi mamá sólo se acordaba de mí cuando no estaba tomada, y nada, me pidieron que me quedara con ellos. Fui a verla y ni me conoció”. Se pone triste.
Un tío de su amiga le dio trabajo a las dos en un negocio de comida. Un año después se inscribió de nuevo en la escuela, terminó el bachillerato. Se buscó otro trabajo para poder pagar la universidad, “pues aunque no es costosa, pero ya necesitaba algo más. Ahora tengo dos empleos, y ya llevo dos cuatrimestres de Psicología”. Una mujer, hoy de 28 años, digna de admirar. Su meta es hacer que su amiga también estudie. Ya consiguió que ella también cuente su historia, seguro que logrará ese otro objetivo.
LLAMADO DE EXPERIENCIA
“En este país hay muchas niñas y muchos niños que dizque se desaparecen, y no es así. Señores, busquen en todos esos sitios que son frecuentados por turistas y hasta por un grupo de dominicanos sinvergüenzas. A mí seguro nunca mi mamá me buscó, pero a mi amiga sí, y nunca la encontraron. Se dieron por vencidos, y ocho años después ella llegó con la vida deshecha”. Esta cita es para reflexionar y entender que la explotación sexual infantil siempre ha sido una realidad.