Desde su arribo al salón Oval el presidente Joe Biden dio varias señales que manifiestan su voluntad por regresar al acuerdo suscripto en su tiempo por el ex-presidente Barack Obama con Irán. El asunto parece ser una prioridad en la política exterior de la administración demócrata.
El acuerdo entre EE.UU. e Irán fue conocido como “Plan de Acción Integral Conjunto” (JCPOA por sus siglas en inglés) y también tuvo como actores relevantes a Rusia, Gran Bretaña, China, Francia y Alemania, quienes participaron y jugaron un rol de suma importancia en julio de 2015. El principal objetivo de ese acuerdo fue limitar el enriquecimiento de uranio iraní a niveles mínimos para controlar la carrera nuclear de la República Islámica de Irán. Sin embargo, el ex-presidente Donald Trump, en consonancia con su política de presión sobre la República Islámica se retiró del acuerdo en mayo de 2018.
Al asumir la presidencia Joe Biden, la comunidad internacional comenzó a seguir de cerca los pasos que Washington puede tomar en los próximos días en dirección a Teherán en materia del JCPOA. La Unión Europea (UE) parece prestar especial atención a dos países: Rusia y China. Por su lado, Moscú ayudó al programa nuclear de Irán durante años, al tiempo que Beijing ha demostrado en los últimos años apoyar cualquier escenario que le permita tomar beneficios económicos frente a EE.UU.
En el caso ruso quedó palmariamente demostrado e incluso fue reconocido por Moscú que empresas estatales rusas han colaborado y apoyado a los iraníes a construir y poner en funcionamiento la planta de energía nuclear de Bushehr. Es innegable que Rusia ejerce hoy gran influencia sobre la instalación e incluso lo hace desde que se firmo el JCPOA. Aun así, en la idea de Biden el papel de Rusia para reactivar el acuerdo es fundamental en el presente, y no está mal que así sea en la medida que los acuerdos políticos y económicos sean equilibrados para las partes y no concesiones humillantes como las que ofreció Obama en su tiempo.
Un recorrido por los antecedentes rusos en esa materia muestra que el historial no es el mejor, Moscú se opuso fuertemente a las sanciones y presiones que en su momento llevaron a Irán a la mesa de negociaciones y que finalmente dieron lugar al JCPOA durante la era Obama. La política de Moscú trató siempre de amortiguar y condicionar las sanciones contra Irán al tiempo que minimizó en todo momento la amenaza del programa nuclear iraní. En la actualidad su posición no ha variado demasiado pero hay indicios de que un buen manejo sobre el asunto pudiera contar con el apoyo ruso de forma positiva, aunque el último decenio Moscú llevo adelante una estrategia ante la ONU tendiente a evitar las sanciones contra Teherán al tiempo que logró concesiones de gran importancia para sus intereses, por ejemplo: el levantamiento de las sanciones estadounidenses de no prohibir la venta de baterías antiaéreas rusas a Teherán, por lo cuál la posición de Moscú es incierta aunque pudiera ser positiva en este nuevo tiempo en que Biden pretende reflotar el acuerdo y, aunque el secretario de Estado Tony Blinken declaró recientemente a la prensa que será un proceso largo y complejo, Washington tratará que Irán no esquive el cumplimiento que se alcance. En consecuencia, la administración debería trabajar desde ahora para que Rusia sea parte de la solución y no del problema si es que Biden desea restablecer el acuerdo con ciertas modificaciones a cambio de flexibilizar las sanciones vigentes.
Lo cierto es que en el pasado la política rusa de cooperación con el JCPOA no favoreció a Washington en la era Obama; más bien fue en dirección de los intereses de Moscú y finalmente ese acuerdo abrió el camino a una ampliación en las relaciones ruso-iraníes que ayudo a Putin a obtener concesiones de Washington que reforzaron la posición de Rusia como contrapeso regional para Occidente. Tal escenario no fue un error del ex-presidente Obama al brindar y otorgar ese nivel de concesiones, fue un éxito de la diplomacia de Moscú que ganó holgadamente la partida y tomó amplios beneficios de esos eventos con Obama en el salón Oval.
Moscú y Teherán compartían objetivos estratégicos comunes para reducir la influencia Occidental en el Oriente Medio, incluida una conjunción mutua de intereses en Siria. No hay que olvidar que el mismo mes en que se alcanzó el JCPOA, el General Qassem Soleimani -abatido en enero de 2020 por los estadounidenses en el aeropuerto de Bagdad, Irak- viajó a Moscú en lo que probablemente fue el primer paso en la planificación de la intervención militar rusa-iraní en Siria.
Recientemente, a principios de Febrero, el presidente del parlamento iraní Muhamad Baker Qalibaf también viajó a Moscú. Durante su visita, calificada por Teherán como “misión de estado”, Qalibaf transmitió un mensaje de gratitud a Rusia de parte del líder supremo, Ali Khamenei por su posición en el JCPOA a través del presidente de la Duma (Parlamento ruso). En ese mensaje, el líder supremo de Irán agradeció a Rusia por la posición justa que ha adoptado en apoyo de Irán”. Aunque el presidente Vladimir Putin, no se reunió con Qalibaf por razones de agenda, el iraní sí lo hizo con el Secretario del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev. El comunicado oficial publicado luego de la reunión, refirió a las futuras conversaciones con Washington para reflotar el JCPOA en las que Patrushev y Qalibaf pusieron especial énfasis. El viaje de Qalibaf dejó en claro que hoy, como en el pasado, Rusia sigue jugando un doble juego con Occidente que indudablemente tiene que ver con sus intereses nacionales.
En esta foto de archivo tomada el 26 de octubre de 2010 se muestra el interior del reactor de la central nuclear de Bushehr, de construcción rusa, en el sur de Irán, a 1.200 kilómetros al sur de Teherán (afp)
Sin embargo, la vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores rusa, Maria Zakharova, declaró que Rusia está lista para trabajar con la administración Biden y agregó que la negativa actual de Irán a cumplir con el JCPOA no contradice sus obligaciones en el tratado. Para Moscú hay fiscalizar que todas las actividades ejecutadas por Irán se lleven a cabo bajo el estricto control de la AIEA (Agencia Internacional de Energía Atómica). No obstante, la realidad y las declaraciones de funcionarios de la AIEA muestran varios incumplimientos, aunque no tan irreconciliables como para no poder zanjarlos en una mesa de negociaciones.
Durante la administración Trump un informe de cumplimiento del Departamento de Estado de mayo de 2020 concluyó que “el incumplimiento intencional de Irán de declarar el material nuclear sujeto a las salvaguardas de la AIEA constituiría una flagrante violación del acuerdo por parte de Irán y una infracción del artículo III del propio Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Esto tiene antecedentes en el hecho de que en septiembre de 2005 la AIEA declarara a Irán culpable de incumplimiento del TNP y también se suma a razones legítimas del Estado de Israel para desconfiar de Teherán, aunque Moscú no lo ve de esa manera y se lo ha hecho saber a Biden quien no respondió aún sobre el punto.
Las posiciones de Rusia acerca del acatamiento del derecho internacional en materia de las instituciones nucleares regulatorias de la actividad han sido extremadamente ambivalentes. De hecho, la política exterior rusa describe a Irán como una víctima del terrorismo y no como un favorecedor del flagelo. No obstante, fuentes estadounidenses de la administración Biden confían en que esas posiciones pueden cambiar en próximas reuniones entre Washington y Moscú.
El hecho concreto es que en este preciso momento, mientras la administración Biden espera revivir el acuerdo con Irán, el pasado y la historia reciente de las conductas de Teherán están mostrando interesantes aspectos que el presidente estadounidense y su equipo deberán considerar en materia de varios temas, particularmente en el rol de Irán en todo el escenario regional que impactara en las nuevas conversaciones para reflotar con éxito y dar vida a un nuevo tratado.
Reordenar el acuerdo firmado por Obama exigirá a Biden nuevas consideraciones, pero sobre todo acciones que naturalmente van mucho más allá del propio y probable nuevo acuerdo. Afganistán es un escenario al que los estadounidenses no podrán soslayar. Tampoco Irak, donde la corrupción desenfrenada estimulada por Teherán junto al crecimiento superlativo de sus milicias en ciudades como Bagdad, donde ésta semana han vuelto a caer proyectiles de morteros en la “zona verde” a metros de la Embajada de EE.UU. promete agravar la frágil situación generada por el grupo islamista Kata’ib Hezbollah (una milicia entrenada por el Hezbollah libanés y armada por Irán que domina el 40 % de la capital iraquí), y lo mismo con el crecimiento de otros grupos chi’itas armados que han hecho pie en Nayaf, Kerbala y Basora fortaleciendo la ocupación persa sobre ese país árabe.
Todas las acciones de Washignton, Teherán y Moscú deberían ser bienvenidas para resolver un controversial que amenaza con disparar una carrera nuclear sin precedentes en la región del Golfo, dado que si algún asesor del presidente Biden piensa o cree que Arabia Saudita o cualquiera de los países integrantes del Consejo de Cooperacion de los Países del Golfo (CCPG) se quedaría de brazos cruzados permitiendo que Irán alcance capacidad para ensamblar una ojiva nuclear en uno de sus misiles cometerían un error estratégico irreparable.
Aunque Washington se empeñe en tratar a Moscú como una potencia hostil en Europa, EE.UU. debería prescindir de ciertos prejuicios e influencias nocivas de la Unión Europea (UE). En los últimos años Bruselas se ha caracterizado por una cadena de decisiones erróneas en materia de políticas estadounidenses, como por ejemplo lo ha hecho Francia y Alemania y debería retomar las nociones que favorezcan un reinicio de relaciones con Rusia para focalizarse en construir una estrategia unificada que fortalezca la posición negociadora de Washington. El presidente Biden y su equipo deberían saberlo y conceder a Rusia un nuevo papel en la comunidad internacional dejando en claro que quiere centrarse en la unidad y el respeto de los intereses de cada uno y no en una competencia estéril de supremacías de potencias que el mundo de hoy no está en condiciones de acompañar. Si realmente quieren hacerlo pueden lograrlo y para ello no debería haber más estrategias parciales, grises y complejas entre Washington y Moscú. Esa es la salida no sólo al controversial nuclear con Irán sino a varios y muchos otros escenarios de crisis en distintos puntos del planeta.