Santo Domingo, RD
Entre las espinas de un naranjo, que recuerdan la corona que padeció su Hijo, quiso Dios que apareciese hace algunos siglos en el extremo oriental de estas tierras: la Madre de los Dominicanos.
Dulce, paciente y serena, ha custodiado la fe de todo un pueblo; redimiendo con ternura el afán nuestro que sobrevive en el Caribe al azar de estos lares. Fidelísima a la vocación de la Hispaniola que nadie sabe por qué ha sido la primera que la Providencia hizo Primada.
Envuelta en los colores que los Trinitarios después le darían a la Bandera Nacional estrenó el rojo, advirtiendo que hay un válido bautismo en el sacrificio de los mártires; y que, ¡hasta Dios! se descansa en el azul, porque sesga a golpes de luz las aguas y el cielo, con la impronta celestial.
Y crucifica en blanco, cumpliendo con toda justicia como en el bautismo de Jesús y abriendo paso a las sorpresas del Espíritu, del auxilio de lo alto, que concede altas gracias.
Intercesora ante su Hijo que recoge la oración nacional y hace de portadora de reclamos populares; abogada nuestra en las causas que se expresan como un clamor por las necesidades y padecimientos de la nación.
Flanqueada por los divinos celos de Mercedes y Carmen continúa Altagracia cubriendo con su manto de estrellas a sus hijos; sofocando las llamas y el humo de los infiernos como “Puerta del Cielo”, que no será vencida jamás por las puertas del averno.
Su imagen ha consolidado el hogar dominicano que siempre la ha saludado con salves y alabanzas, repitiendo en rezos y letanías, las pelabras del ángel del Señor y Santa Isabel. En un Rosario que se detiene en estaciones de gozo, dolor, gloria y luz. Y medita el país en el sufrimiento con “Dios te salve” las profecías de gloria que producen alegría.
Por eso ya era vida y una realidad en la familia dominicana la denominación del Concilio Vaticano II de que la familia es la pequeña iglesia; porque en efecto, entre nosotros ya era auténtica iglesia por la oración matinal y el rosario vespertino.
Ya era válido además, en 1965, el planteamiento de Julio César Castaños Espaillat (en el Congreso Mariano y Mariológico de ese año) de que, por las mismas razones, la Virgen María debía ser declarada: Organizadora de la Sociedad Dominicana.
Se deja llevar la Virgen de Altagracia en procesiones y recibe a sus hijos en romerías al final de las peregrinaciones. Y acoge maternal los votos y promesas del pueblo fiel. Pero no exige ni espera ninguna devoción que nos aparte del destino final de los adoradores en Espíritu y Verdad. Por delicadeza del cielo y los méritos de su Hijo ha venido a ser Reina de los Apóstoles, y, de los Peregrinos… diría yo. Porque qué son sino los hombres más que desterrados hijos de Eva.
Reina además, como premio a su fidelidad probada en el martirio de ser la Madre de Dios Hombre, que venía como signo de contradicción; y, con el destino expresado proféticamente por Simeón, de que a ella una espada le atravesaría el alma. Para que se descubriera la intención de muchos corazones, o lo que es lo mismo, para que muchas personas alcanzaran la sinceridad de corazón, y pudieran ver a Dios. Por eso hoy, que es día de la Virgen de la Altagracia, “madre protectora y espiritual del pueblo dominicano”, inclino mi corazón agradecido ante la Madre de Dios; y acepto en mí, reverente, su maternidad. Y me acerco como un hijo de la Iglesia, en la devoción más popular y cariñosa, diciéndole:
¡Salve Chiquitica de Higüey!