Hay que atajar e impedir que transiten a la libre las ideas trujillistas. Pero acciones de este tipo tienen doble filo, se corre el peligro de atentar contra la libre expresión del pensamiento. Trujillo fue una realidad, a la cual los dominicanos todavía le tienen miedo.
La era de Trujillo, con lo bueno y lo malo, tiene que ser analizada en las escuelas, y los foros de opinión. Es un sistema político irrepetible, y no volverá porque alguien cante loas a ese régimen de oprobio y de sangre.
Siempre debe estar abierto el país al libre intercambio de las ideas, y cualquier acción que lo pueda impedir, causa rasgaduras en la expresión del pensamiento. La ley de control de la propaganda trujillistas era necesario en un momento de la historia nacional, pero ya no tiene razón de ser.
El accionar de Trujillo está vivo, porque se sepultó el cadáver, pero se dejaron florecer los métodos de gobierno del dictador. Los principales seguidores de la base de sustentación intelectual del régimen sobrevivieron en la vida vida política nacional. Solo que cambiaron de chaquetas.
La llegada de Trujillo al gobierno fue un fenómeno en medio de luchas de montoneras, el desorden colectivo, un presidente buscando la reelección, cuando su época había pasado, y del poder incuestionable de los norteamericanos y la iglesia católica, sus principales sustentadores.
Hay que traer al tapete a los que respaldaron a Trujillo durante su larga dictadura. Los hombres de fuerza cargan con la responsabilidad histórica, y los intelectuales, columnas fundamentales de los dictadores, lavan su imagen. No puede haber en el país un ejercicio político irresponsable de loas a Trujillo, pero si se debe abrir al análisis histórico y social.
Para poder hacer una autopsia del régimen, se tienen que escuchar a los que ven a Trujillo como una dictadura inaceptable, pero también a los que le consideran un benefactor. Ese debate falta en la sociedad dominicana, y este es el momento de iniciarlo.
La mayoría de los grandes dictadores murieron físicamente, pero su fantasma siguió rondando, y resucitados por crisis económica, sus ideas se han impulsado al poder. Lo hemos visto en el caso de Augusto Pinochet, en Chile, y de Fracisco Franco, en España.
Aplaudo la decisión del Tribunal Constitucional de rechazar una acción de inconstitucionalidad interpuesta en contra de la ley 5880. No había consistencia histórica, social y política en la demanda. Parecería más bien un tremendismo.¡AY!, se me acabó la tinta.
Por Manuel Hernández Villeta