Los ejecutores de 13 reos en los últimos meses del gobierno de Donald Trump dijeron que la muerte por inyección letal era como quedarse dormido, describieron las camillas como “camas” y el suspiro final como un “ronquido”.
Esas versiones de los últimos momentos de los reos, sin embargo, se contradicen con las que recogieron la Associated Press y otros medios, que presenciaron cómo los estómagos de los reclusos se convulsionaban y estremecían cuando el pentobarbital empezaba a hacer efecto en la “cámara de la muerte” de la cárcel de Terre Haute, Indiana. Periodistas de la AP presenciaron todas las ejecuciones.
Las declaraciones juradas de los verdugos, que el gobierno presentó como evidencia de que las inyecciones letales funcionaban bien, plantean dudas acerca de si las autoridades engañaron a los tribunales para asegurarse de que las ejecuciones programadas de julio del año pasado a mediados de enero se llevaban a cabo antes de que asumiese la presidencia Joe Biden, quien se opone a la pena de muerte.
Las ejecuciones estuvieron rodeadas de un manto de secreto. Los tribunales dependieron de los relatos de las personas que las llevaban a cabo para determinar si había algo cuestionable. Ninguno de los verdugos mencionó nada.
Los interrogantes en torno a si los cuerpos de los reos se estremecieron, como dicen los informes periodísticos, fueron el eje de varios litigios durante el período de ejecuciones. Los abogados de los reclusos adujeron que quedó demostrado que el pentobarbital causó edemas pulmonares que provocaron sensaciones similares a las que siente alguien que está siendo sofocado o se está ahogando. La constitución de Estados Unidos prohíbe métodos de ejecución “crueles e inusuales”.
Las discrepancias en los relatos podrían aumentar las presiones para que Biden suspenda las ejecuciones de los aproximadamente 50 reos condenados a muerte. Activistas quieren que vaya más lejos todavía y promueva la abolición de la pena de muerte a nivel federal.
Biden no ha hablado en detalle sobre el tema.
Durante la ejecución del 22 de septiembre de William LeCroy, condenado por el asesinato de la enfermera Joann Lee Tiesler en el 2001, el estómago de LeCroy, quien tenía 50 años, se estremeció de forma incontrolable apenas se le inyectó el pentobarbital. Las convulsiones duraron un minuto, según reportaron la AP y otros medios.
Eric Williams, quien estuvo a cargo de la ejecución y la vio de cerca, dijo que la zona abdominal del reo “se elevó y luego bajó”.
“Durante toda la ejecución”, agregó, “LeCroy no pareció sentir malestar, incomodidad o dolor alguno. Poco después respiró hondo y roncó; pareció que LeCroy había entrado en un sueño profundo y apacible”.
En al menos la mitad de las ejecuciones se percibió un fuerte estremecimiento, de acuerdo con la AP y otros medios. Ninguno de los ejecutores, sin embargo, informó de esas convulsiones. Todos hablaron de que se durmieron, usando metáforas parecidas.
Cuando el Departamento de Justicia anunció en el 2019 que reanudaría las ejecuciones después de suspenderlas durante 17 años, dijo que usaría solo pentobarbital. Los laboratorios ya no querían suministrar la combinación de medicamentos usados en tres ejecuciones del gobierno federal entre el 2001 y el 2003, diciendo que no querían que medicinas pensadas para salvar vidas fueran usadas para matar.
Uno de los temas discutidos era si, incluso si hay un edema pulmonar, los reos sentirían algo después de perder el conocimiento. Expertos del gobierno dijeron que la droga paraliza el cuerpo y que la persona no puede sentir dolor al morir.
Ninguno de los muertos en el fin de la gestión de Trump pareció retorcerse de dolor. Pero el audio de las salas de ejecución fue silenciado poco antes de las inyecciones, por lo que los periodistas no pudieron determinar si la persona gemía o se quejaba de dolor.
William Breeden, asesor espiritual del penal donde se ejecutó a Corey Johnson, de 52 años, el 14 de enero, tras haber sido hallado culpable en 1992 de matar a siete personas, dijo al día siguiente que “las manos y la boca de Corey se quemaban” tras la inyección. El abogado de la Oficina Federal de Prisiones Rick Winer dijo que ni él ni ningún testigo del gobierno presentes en el lugar percibieron eso.
Los abogados del gobierno, ansiosos por ejecutar a los reos sin demoras, trataron de restar mérito a los informes periodísticos.
En una presentación del 8 de octubre el experto gubernamental Kendall Von Crowns, quien no presenció las ejecuciones, dijo que las descripciones de los verdugos indicaban que los periodistas estaban equivocados. Señaló que el individuo que inyectó a LeCroy “no dice que hubo nada irregular ni fuera de control”. Lo más probable, opinó, es que los periodistas hayan percibido una “hiperventilación por la ansiedad asociada con su muerte inminente”.
En una vista del 18 de septiembre en Washington, Crowns dijo que los periodistas tal vez vieron una respiración involuntaria en los momentos finales.
“No se ahogan en sus propios fluidos o porque no pueden respirar”, sostuvo Crowns. “No tiene nada que ver con un edema pulmonar ni nada”.
Sin embargo, da toda la impresión de que lo que describen los periodistas son edemas pulmonares, según una experta que habló en nombre de los reclusos, Gail Van Norman. Indicó que los fluidos bloquean las vías respiratorias y alteran el ritmo del pecho, el diafragma y el abdomen, “dando la sensación de que el pecho y el abdomen se mecen, generando la sensación de agitación”.