Alberto Fernández transita estos días en Olivos con picos de malhumor y momentos de esperanza en más embarques de vacunas contra el coronavirus, ahora con la mirada corrida a la segunda quincena de este mes y a la primera de mayo. Según dicen y es posible advertir, el último malestar tiene que ver con las largas negociaciones para reponer restricciones sociales. Y estaría enfocado especialmente en gobernadores peronistas, algunos de ellos considerados poco solidarios en esta nueva etapa de la pandemia. El asunto es más complejo que el puro cálculo de costos y remite a las especulaciones sobre la centralidad del poder. Más directos, en cambio, son los gestos del Presidente hacia Cristina Fernández de Kirchner. La declaró “inocente”, en todas las causas.
Las tratativas para acordar los renglones de su último Decreto de Necesidad y Urgencia fueron ásperas y por momentos, agotadoras. Superaron por mucho las pulseadas presentadas linealmente como un enfrentamiento entre Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. Los matices en la aplicación de las medidas -básicamente, sobre circulación y veda nocturna- expusieron diferencias también con los gobernadores de otros distritos grandes, y de diferente origen: el cordobés Juan Schiaretti, el santafesino Omar Perotti, el mendocino Rodolfo Suárez.
No habrían sido los únicos casos. Y tampoco hubo un único mensaje. Quizá sí una línea central. Varios gobernadores y el jefe porteño reflejaron una preocupación compartida en despachos del Gobierno nacional, empezando por el Ministerio de Economía: el límite que impone al menos hasta ahora el delicado cuadro económico y social. No le hizo falta a ninguno recordar los últimos registros oficiales de pobreza ni la fragilidad de los números de cierta mejora en algunos rubros, los “brotes” de esta etapa.
La señal del gobierno bonaerense fue otra por variadas razones. En el plano público, se destacaron otra vez las declaraciones siempre muy graves del ministro Daniel Gollán. Pero aún con menos énfasis atemorizante, Kicillof sostuvo en público y en privado la necesidad de restricciones más duras, claro que sin desconocer las posibles consecuencias en la actividad económica y en materia de ingresos. La preocupación por el Gran Buenos Aires superaría toda otra consideración, aunque paradójicamente exigiría mayor flexibilidad en las medidas sanitarias como quedó expuesto de hecho hasta en la etapa más rígida de la cuarentena.
La posición del gobernador expresa a su vez la principal preocupación de CFK. Y esa visión sería complementada con un nuevo mensaje hacia Economía, que rechaza la idea de reponer el IFE como ayuda social y la ATP como asistencia a las empresas. No parece un capítulo cerrado. El recurso de un aumento del programa REPRO, que administra el Ministerio de Trabajo para empresas en problemas, no alcanzaría a cubrir las demandas si las medidas frente a la pandemia se extienden más de lo previsto en el decreto presidencial.
En este contexto, crecen las urgencias para acelerar el plan de vacunación. La expectativa ahora está puesta en una serie de embarques prometidos, y demorados, y en otro nuevo. Los primeros desde China y Rusia, el último desde Estados Unidos. Es un proceso largo en que el Gobierno siente, casi como un tema personal, que muchos distritos, en particular los más grandes, demandan mucho y acompañan políticamente poco.
El malestar del Presidente asomó incluso en medio de su más reciente y dura carga sobre la oposición. Dejó una frase en tono de advertencia sobre el papel de varios jefes provinciales: “Si la cosa se pone peor y la gente no reacciona, tendré que hacer un pedido muy claro a los gobernadores”, dijo en la continuidad del descargo de culpas. Eso estaría también detrás del repentino cambio de discurso sobre la provisión de vacunas: un visto bueno a la compra por parte de cada provincia.
Una carga de Sputnik V, en Ezeiza. El Presidente espera nuevos embarques desde Rusia y China
La jugada apenas disimula el sentido de desafío frente a las escasas chances de lograr acuerdos a esta altura en el muy disputado mercado de los laboratorios privados a escala internacional. De todos modos, podría representar una señal en contra si alguna provincia consigue un trato para abastecerse. La Ciudad de Buenos Aires hará el intento y según trascendió, también Córdoba, que negociaría armar gestiones junto a Santa Fe y Entre Ríos.
Es al menos improbable que las facturas internas escalen públicamente. Con todo, son parte de una relación de poder que no es la que imaginaban varios de los jefes territoriales en los primeros días de Alberto Fernández como presidente. La idea entonces era la de un polo referenciado sin escalas en Olivos. El ejercicio de gobierno fue desalentando ese armado, a la vez que crecía o era más visible el peso de la ex presidente.
Alberto Fernández fue completando un cambio discursivo que es, además de una definición para consumo interno, un muy fuerte aviso hacia la Justicia. Aquello que había comenzado con críticas -razonables- a cuestiones como el uso de la prisión preventiva fue creciendo al punto de cuestionar los casos de corrupción bajo el paraguas del lawfare y agregar una ofensiva abierta en el frente judicial. Ahora, acaba de cerrar el giro: “Cristina no me necesita porque Cristina es inocente y finalmente va a probar su inocencia”, dijo.
La magnitud de esa definición es también múltiple. Es una definición de amplitud total: desde la discutible causa por el dólar futuro hasta los escandalosos capítulos de Hotesur y Los Sauces. Y es al mismo tiempo un visto bueno a las movidas que se impulsan desde el Ministerio de Justicia, ya sin grietas desde la salida de Marcela Losardo, al margen de los matices y estilos del ministro Martín Soria y el vice, Juan Martín Mena.
El esquema, repetido, se completa con la elección del enemigo. El blanco es Mauricio Macri y eso tiene un par de motivaciones visibles. La primera, elegir como referencia a la figura que todas las encuestas colocan como la de peor calificación entre los opositores. La segunda, trasladar o igualar las cargas en el terreno judicial. Esto último, tremendo por donde se mire. Sólo se trataría de empatar en el barro.