Unas trullas de vehículos pasan raudos por el lugar y rozan la tapa de la alcantarilla, pero esto no parece importarle a un joven que se gana la vida en el interior de las alcantarillas del sector.
Está metido en el hoyo y su vida está en juego, con las gomas pasándole por encima de la cabeza. Pero nada de eso le inquieta: sigue haciendo su maniobra debajo de la tierra, a ras del pavimento caliente, hundido bajo cientos de gomas que van pasando.
El individuo desafía a la muerte y arriesga el pellejo cada día.
Se mete en la alcantarilla de la movida intersección formada por la Mella y San Vicente de Paúl, en Santo Domingo Este.
¿Qué rayos busca él en ese hoyo? Hay semáforos y son muchos los carros que por allí transitan. Hay que limpiarles los vidrios.
Se hunde para buscar agua. Sí, agua de alcantarilla. El limpiavidrios la necesita comoquiera: sucia o limpia, de arriba de la tierra o de abajo, que lo mismo da.
El hoyo, a poca profundidad, se abre como un vientre grande y extenso, debajo de la frecuentada vía.
Se mete en el hoyo-pozo. Sin importarle nada levanta la tapa y, con la misma habilidad, se zambulle y luego coge la cubeta que ha dejado a boca de jarro.
Casi la llena de agua, zambulléndola hasta abajo, y la deja en el tubo subterráneo, mientras saca la cabecita para ver si están pasando vehículos.
Cuando no pasan, se sale de la caverna usando sus fibrosos brazos, y con la misma fuerza le echa manos a la cubeta y la saca también.