
El 6 de agosto de 1945, en medio del conflicto final de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad japonesa de Hiroshima fue escenario del primer ataque nuclear de la historia. A las 8:15 de la mañana, el bombardero estadounidense Enola Gay lanzó una bomba atómica de uranio sobre la ciudad, marcando el inicio de una nueva era en la historia militar y humana. La explosión provocó la muerte inmediata de decenas de miles de personas y dejó un saldo final de más de 129,000 fallecidos, entre víctimas directas y posteriores.

Tras años de guerra en el Pacífico, el gobierno de Estados Unidos buscaba una forma de forzar la rendición del Imperio japonés sin recurrir a una invasión terrestre, que podría haber costado cientos de miles de vidas. El presidente Harry S. Truman, basándose en estimaciones militares y en el desarrollo secreto del Proyecto Manhattan, autorizó el uso del nuevo armamento nuclear.
Hiroshima fue seleccionada como blanco por su relevancia estratégica y por no haber sido atacada previamente, lo que permitiría medir con precisión el impacto del arma.
La bomba «Little Boy» y su devastación

El artefacto nuclear, apodado «Little Boy», contenía uranio-235 y fue lanzado desde una altitud de casi 10,000 metros. Detonó a unos 600 metros sobre la ciudad con una potencia equivalente a 15,000 toneladas de TNT. La explosión destruyó casi todo en un radio de dos kilómetros, generó una ola de calor de más de 4,000 grados Celsius y provocó incendios generalizados.
Cerca de 80,000 personas murieron en el acto, y otras 50,000 fallecieron en las semanas, meses y años siguientes debido a las quemaduras, la radiación y enfermedades relacionadas.
El impacto humano y social
La mayoría de las víctimas fueron civiles, incluyendo mujeres, niños y ancianos. Miles de personas quedaron atrapadas bajo los escombros, y los hospitales colapsaron ante la magnitud de los heridos. Los sobrevivientes, conocidos como hibakusha, vivieron décadas con secuelas físicas, psicológicas y sociales. Muchos padecieron enfermedades degenerativas, cánceres y rechazo social.
La tragedia dejó una huella profunda no solo en Japón, sino en la conciencia colectiva del mundo.
El debate ético e histórico
Desde entonces, el uso de la bomba atómica ha sido objeto de controversia. Mientras algunos argumentan que fue necesaria para evitar una invasión y poner fin a la guerra, otros consideran que representó una muestra de fuerza innecesaria y un crimen contra la humanidad. El debate aún persiste entre historiadores, líderes políticos y organizaciones humanitarias.
Tres días después del bombardeo de Hiroshima, una segunda bomba atómica fue lanzada sobre Nagasaki. El 15 de agosto, Japón anunció su rendición, lo que puso fin oficialmente a la Segunda Guerra Mundial.
Hiroshima, símbolo de paz
Con el paso del tiempo, Hiroshima se ha transformado en un símbolo de memoria, resiliencia y compromiso con la paz. La ciudad alberga el Parque Conmemorativo de la Paz, el Museo de la Bomba Atómica y la Cúpula de la Bomba, estructuras que recuerdan el horror vivido y promueven el desarme nuclear a nivel global.

Cada 6 de agosto, se celebra una ceremonia conmemorativa con la participación de líderes mundiales, víctimas y ciudadanos, bajo el lema de «Nunca más».
Ocho décadas después, el bombardeo de Hiroshima sigue siendo uno de los eventos más impactantes del siglo XX. Representa tanto el poder destructivo de la tecnología como la capacidad humana de resistir, reconstruir y reflexionar sobre las decisiones que cambian el curso de la historia.
Hoy, el mundo recuerda a las víctimas de Hiroshima y reitera la urgencia de trabajar por un futuro libre de armas nucleares.