Tenían una sociedad primitiva en la cual el desarrollo de las técnicas y las ciencias modernas estaba lejos de aparecer, su modo de vida era más bien rudimentario. Sus fuentes de alimentos eran básicamente aquellas que la naturaleza les proporcionaba y, aunque lograban cultivar ciertos productos por medio de un sistema agrícola primitivo, su vida dependía en esencia de la recolección.
Con la llegada de los europeos, el pueblo taíno comenzó a experimentar un cambio profundo, drástico y sin precedentes. Sus estructuras sociales cambiaron, el cacique ya no era el jefe, su modo de actuar fue modificado, ya no vivían de forma libre recolectando o sembrando a su gusto y sus creencias fueron forzadas a cambiar.
De modo que aquellos que antes eran libres, pasaron a ser esclavos; los que eran dueños de su vida, se convirtieron en propiedad de otros; los que vivían de manera pacífica, fueron forzados a hacer la guerra para intentar sobrevivir; los que trabajaban para el sustento de su poblado, debían hacerlo para unos amos implacables; los que eran dueños de sus tierras, ya no fueron dueños ni de sí mismos.
Este nuevo estilo de vida cambió toda su sociedad, porque ya no eran dueños de nada, eran propiedad de otros. Por ende, su soberanía y libertad quedaron supeditadas a la voluntad de los colonizadores y por tal razón, toda su estructura social y las reglas de su organización cambiaron drásticamente, a partir de entonces las establecieron los conquistadores. Con la colonización se destruyeron los hábitos y costumbres de todo un sistema social, porque no solo afectaron las actividades que realizaban, sino también, sus sentimientos y percepción del mundo.
Todos esos cambios desembocaron en un resultado atroz: la desaparición total de una raza, de tal modo, que desde hace ya más de cuatro siglos no se encuentra en la isla de Santo Domingo un solo indígena. Este hecho, hasta donde tenemos entendido, no había sucedido ni repetido en ningún otro lugar del mundo.
De acuerdo con R. Cassá, existieron en la antigüedad y el Medioevo campañas militares de exterminio como forma principal de imposición de nuevas relaciones de dominación y explotación, pero nunca se conoció la desaparición completa, a causa de factores militares, de salud o económicos, de ningún pueblo, hasta donde lo registra la historia conocida.
Esta realidad marcó una tendencia clara a favor de los españoles, debido a que la cultura más débil fue sucumbiendo ante el dominio de aquella más fuerte y mejor desarrollada. Mientras los indígenas estaban en plena prehistoria, los colonizadores vivían y gozaban de los adelantos del Renacimiento, con todos sus inventos y desarrollo cultural; lo cual, facilitó la dominación.
Un panorama inédito, no tan solo por la confluencia de intereses feudales y capitalistas, sino por el campo de acción en que se produjo: en un medio social de desarrollo histórico mucho menos avanzado, creándose una brecha entre dominadores y dominados como nunca antes se había conocido en la historia.
Es por esta razón que el choque entre los españoles y los indígenas llevó a la extinción total de los aborígenes, hasta el punto de no dejar prácticamente ningún resto para la historia dominicana, exceptuando escasos elementos culturales que están en museos, los cuales han sobrevivido en el tiempo como mero recuerdo de un lejano pasado.
La colonización trajo a nuestra isla muerte, desolación, miseria, esclavitud y sufrimiento. Pero también, vino con ella, como una luz en la oscuridad, la fe católica, las primeras escuelas, la primera universidad de América, la cultura del viejo mundo y parte de los adelantos renacentistas del siglo XVI. Estos últimos elementos se afianzaron con el paso del tiempo y forjaron las bases para el surgimiento del Estado dominicano.