
J. D. Vance es un tipo diferente de vicepresidente.
No es el amo maquiavélico de Washington que trabaja en las sombras, como Dick Cheney, ni el hombre de confianza en política exterior, como George H. W. Bush o Joe Biden.
En cambio, el joven Vance parece haberse convertido en la personificación de las publicaciones más extremas de su jefe, Donald Trump, en las redes sociales. Su provocación al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, en la Oficina Oval, la semana pasada, encendió una crisis diplomática. Disfrutó viajando a Munich para insultar a los aliados europeos de Estados Unidos. Y Vance fue noticia de primera plana en el Reino Unido después de decir que Ucrania necesitaba mejores garantías de seguridad que las ofrecidas por “algún país al azar que no ha librado una guerra en 30 o 40 años”. Vance dijo más tarde que era “absurdamente deshonesto” decir que estaba hablando de Gran Bretaña y Francia, pero esos fueron los únicos aliados que se ofrecieron públicamente como voluntarios para una fuerza de paz en Ucrania.
Vance sabe hacia dónde sopla el viento en el Partido Republicano. Por eso abandonó su desprecio por el presidente, después de que en 2016 se preguntara si Trump no sería el Hitler de Estados Unidos. Ahora, en un partido que rinde culto a su líder, el vicepresidente es uno de los admiradores públicos más destacados del presidente.

Pero Vance es un personaje fascinante. Pasó de una infancia difícil en los Apalaches a las universidades de élite de EE.UU., conocidas como Ivy League. Es sumamente inteligente, una de las razones por las que su posicionamiento político se suele considerar evidencia de un cálculo nefasto. Vance, quien sirvió brevemente como senador de Ohio, desprecia a los medios tradicionales y a las élites de Washington, por lo que encaja perfectamente con el populismo de Trump. También es un veterano de la Marina de EE.UU., por lo que debería saber más sobre la contribución de los aliados de Estados Unidos a la guerra contra el terrorismo. Y se hizo rico en Silicon Valley y tiene una relación con los grandes barones de la tecnología que se han desplazado marcadamente hacia la derecha y han apoyado a Trump en su segundo mandato.
El vicepresidente se hizo famoso con “Hillbilly Elegy”, una autobiografía sobre su infancia en zonas pobres de Ohio y Kentucky. El libro, publicado en 2016, explicaba cómo la desindustrialización fomentó la pobreza y la adicción a las drogas y una eventual reacción política contra las políticas de libre comercio globalizadas. Se convirtió en una especie de manual para entender a los partidarios de Trump en su primer mandato.
Teniendo en cuenta esos antecedentes, no sorprende que Vance haya presentado los argumentos más elocuentes de la campaña a favor de una política económica que priorice a Estados Unidos. A sus 40 años, es un heredero potencial de Trump, aunque el presidente se negó, curiosamente, a ungirle en una reciente entrevista con Fox News, pues no estaba dispuesto a pensar en ceder su trono tan pronto.
Vance es el epítome de lo que muchos europeos desdeñan de Estados Unidos. Es un aislacionista que no ve ningún interés nacional vital en Ucrania. Su franqueza y su dejo de presunción irritan a muchos extranjeros, como también su apoyo a la ultraderecha europea, incluida la extremista AfD de Alemania. Un día antes de enfrentarse a Zelensky en la Oficina Oval, reprendió a Keir Starmer por la libertad de expresión en el Reino Unido, aunque el primer ministro británico le hizo callar.
Como Vance es joven, ambicioso, ideológico y tiene un aparente resentimiento hacia los intelectuales del establishment, hay un vicepresidente al que sí nos recuerda: Richard Nixon.
Cuando Nixon se unió a la candidatura de Dwight Eisenhower, en 1952, había pasado suficiente tiempo en el Senado como para tomar una taza de café, al igual que Vance. Y al igual que su sucesor del siglo XXI, era una nueva raza de ideólogo republicano: mientras que el vicepresidente actual reprende a los liberales “woke”, Nixon acosaba a los supuestos comunistas que vivían en Estados Unidos. Y al igual que Vance, Nixon tenía la vista puesta en cosas más elevadas. Sus ambiciones y su inclinación por el lado oscuro de la política a veces causaron tensiones con su jefe más experimentado, un posible presagio de la relación entre Trump y Vance.

Nixon utilizó sus ocho años como vicepresidente como un curso intensivo sobre asuntos globales que fue clave para su éxito como estadista después de que finalmente ganó el gran cargo en 1968. Sin embargo, parece poco probable que Vance emule las largas odiseas globales de Nixon: tiene intereses políticos en su país.
Pero no subestimemos a Vance. Ha ascendido alto y rápido. Pero ¿lo llevará la arrogancia a volar demasiado cerca del Sol?