
Bayaguana, Monte Plata. – Seis días antes del suceso que cambió el rumbo de su familia, Ramón Alberto Santana Benítez, conocido como “Pipi”, había regresado a su tierra natal con el deseo de cumplir una promesa: reconstruir la casa de su madre, doña Paulina Benítez.
Ese anhelo quedó truncado entre los escombros del techo de la discoteca Jet Set en la madrugada del 8 de abril de 2025. “Pipi” y su esposa, Yanelsy Ramírez Chalas, dejaron de vivir esa noche, en un evento que provocó la pérdida de 236 personas y dejó una marca profunda en la República Dominicana.
Ambos habían regresado desde España con planes de comenzar una nueva etapa en su país. Una de sus primeras actividades fue asistir a una fiesta del merenguero Rubby Pérez, artista favorito de doña Paulina. La madre incluso le pidió interpretar su canción predilecta, “Color de rosa”. Esa fue la última melodía que sonó antes del colapso.
Desde su vivienda en Bayaguana, doña Paulina, aún afectada físicamente por lo ocurrido, relata entre lágrimas cómo logró sobrevivir a la tragedia que terminó con la vida de su hijo y su nuera. Estuvo hospitalizada durante nueve días, siete de ellos en cuidados intensivos, sin saber que su hijo ya había sido sepultado en el cementerio local.

“Pipi” y su hermana, Rocío Santana Benítez, habían comprado una humilde vivienda con la idea de remozarla para su madre. Su deseo era que ella pudiera vivir en mejores condiciones. Hoy, esa meta permanece inconclusa, envuelta en el dolor que embarga a toda la familia.
Según explicó Rocío, la ayuda institucional ha sido limitada. Confirmó que hasta ahora, solo han recibido 25 mil pesos por parte de la gobernación provincial. A pesar de esto, asegura que no guardan rencor, pero sí exigen que se haga justicia. “El dinero no devuelve vidas, pero hay familias destrozadas que deben ser indemnizadas”, expresó.

Además de “Pipi” y Yanelsy, Bayaguana también lamenta la pérdida de Yeimi Alexandra Aquino, abogada de 40 años que soñaba con ser jueza. Asistió al evento por invitación de una colega, quien también fue afectada por el mismo hecho. Dejó a cuatro hijos, que ahora están al cuidado de su esposo, Juan Francisco, quien enfrenta en solitario la tarea de criarlos.
Esta comunidad trabajadora y solidaria aún no se repone. Tres de sus habitantes más valiosos ya no están, lo que ha dejado una profunda huella. A pesar del dolor, muchos residentes buscan consuelo en su fe, aferrándose al Cristo de los Milagros como símbolo de esperanza. Entre tanto, el llamado a justicia y respeto por las víctimas sigue presente en cada rincón de Bayaguana.
