
En los museos, no basta con mirar una obra; muchos visitantes sienten la necesidad de documentar su presencia, no para mostrar la pieza, sino para exhibirse a sí mismos junto a ella. Este fenómeno reciente ocurrió en el Palazzo Maffei de Verona, Italia, cuando un turista accidentalmente rompió la “Silla de Van Gogh”, una escultura cubierta de cristales Swarovski creada por Nicola Bolla en 2022.
Lejos de ser un simple acto vandálico, el artista Bolla calificó el suceso como un “gesto estúpido”, pero también le encontró un “lado positivo y artístico”. ¿Por qué? Porque ese accidente pone en evidencia algo profundo sobre la relación entre el arte, el espectador y el contexto cultural actual.
Desde que Marcel Duchamp desafió las nociones tradicionales con su mingitorio convertido en obra, el arte contemporáneo cuestiona qué significa realmente “crear arte”. Más que objetos decorativos, las obras buscan “desautomatizar la mirada” —como decía el crítico Víktor Shklovski—, invitando a ver el mundo con nuevos ojos, a ser inquietados, no solo complacidos.
La silla de Bolla, que remite a la humilde silla pintada por Van Gogh pero transformada en cristal lujoso, representa esa fragilidad y evolución del arte y su valor en el mundo moderno. Cuando el turista intentó sentarse, rompió esa delicadeza, pero también cruzó la frontera entre obra y espectador, algo que el arte contemporáneo ha explorado durante décadas.
Más allá de la ruptura física, el incidente simboliza cómo las redes sociales y la cultura del selfie transforman la experiencia artística: el arte ya no es solo la obra, sino el acto de mostrarse junto a ella, de ser parte del relato visual. Aunque sin intención, el turista se convierte en autor involuntario de un nuevo significado, reflejo de nuestra época.
Así, esta “ruptura” no solo destruye, sino que también despierta la reflexión sobre el valor, la fragilidad y el papel del espectador en el arte contemporáneo.