24 de noviembre de 2024

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Donald Trump emplea las tácticas de los autócratas que critica

EEUU — Cuando el gobernante autócrata de Bielorrusia declaró una victoria aplastante e inverosímil en las elecciones de agosto y asumió un sexto mandato como presidente, Estados Unidos y otras naciones occidentales denunciaron lo que dijeron era un descarado desafío a la voluntad del electorado.

El mes pasado, el Secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, declaró que la victoria del presidente Alexander Lukashenko fue un “fraude”. “Nos oponemos al hecho de que se tomado juramento a sí mismo. Sabemos lo que el pueblo de Bielorrusia quiere. Quiere algo diferente”, agregó.

Apenas un mes después, el jefe de Pompeo, el presidente Donald J. Trump, está copiando las estrategias del manual de Lukashenko y se ha unido al club de líderes hostiles que, sin importar lo que hayan decidido los electores, se declaran ganadores de las elecciones.

Manifestantes en Minsk, Bielorrusia, denunciando las elecciones presidenciales. Foto: Sergey Ponomarev/The New York Times.© clarin.com Manifestantes en Minsk, Bielorrusia, denunciando las elecciones presidenciales. Foto: Sergey Ponomarev/The New York Times.

Entre los miembros de ese club hay muchos más dictadores, tiranos y potentados que líderes de lo que solía conocerse como el “mundo libre”: países que, liderados por EE.UU., durante décadas, han dado lecciones sobre la necesidad de celebrar elecciones y respetar los resultados.

El paralelismo no es exacto. Trump participó en una elección democrática libre y justa. La mayoría de los autócratas desafían a los electores incluso antes de votar, al excluir a rivales verdaderos de la boleta e inundan las ondas de radio con una cobertura unilateral.

Pero cuando las votaciones presentan una competencia verdadera y el resultado va en su contra, a menudo ignoran el resultado y claman que es obra de traidores, criminales y saboteadores extranjeros y, por lo tanto, lo invalidan. Al negarse a aceptar los resultados de la elección y trabajar para deslegitimar el voto, Trump está siguiendo una estrategia similar.

Hay pocos indicios de que Trump pueda superar a las leyes e instituciones que se aseguran de que el veredicto de los votantes estadounidenses se imponga. El país tiene una prensa libre, un poder judicial fuerte e independiente, funcionarios electorales dedicados a un recuento honesto de los sufragios y una fuerte oposición política, nada de lo cual existe en Bielorrusia o Rusia.

Sin embargo, Estados Unidos nunca antes ha tenido que obligar al presidente en funciones a admitir una derrota justa en las urnas. Y con sólo plantear la posibilidad de que tendrían que obligarlo a abandonar el cargo, Trump ha hecho pedazos la sólida tradición democrática de una transición sin tropiezos.

El daño ya hecho por la terquedad de Trump podría ser duradero. Ivan Krastev, experto en Europa Central y Oriental del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, dijo que la negativa de Trump a aceptar su derrota “crearía un nuevo modelo” para populistas de ideas afines en Europa y otros lugares.

“Cuando Trump ganó en 2016, la lección fue que podían confiar en la democracia. Ahora no confiarán en la democracia y harán cualquier cosa para permanecer en el poder”, dijo. En lo que denominó “el escenario Lukashenko”, los líderes seguirán queriendo celebrar elecciones, pero “nunca perder”.

Entre las tácticas antidemocráticas que Trump ha adoptado están algunas comúnmente empleadas por líderes como Robert Mugabe de Zimbabue, Nicolás Maduro de Venezuela y Slobodan Milosevic de Serbia: negarse a aceptar la derrota y lanzar acusaciones infundadas de fraude electoral.

Al igual que Trump, esos gobernantes temían que aceptar la derrota los expondría a ser procesados una vez que dejaran el cargo. Trump no tiene que preocuparse por ser acusado de crímenes de guerra y genocidio, como Milosevic, pero sí enfrenta una maraña de problemas legales.

Al insistir en que ganó una votación, aunque los resultados muestran claramente que perdió, ha roto drásticamente las normas de los países que se consideran a sí mismos democracias maduras.

El que Estados Unidos haya caído en tan mala compañía ha generado consternación y burla no sólo entre los enemigos políticos de Trump, sino también entre los ciudadanos de países acostumbrados desde hace tiempo a tener líderes que se quedan más tiempo de lo debido.

Incluso dictadores veteranos a veces admiten la derrota. El general Augusto Pinochet, quien tomó el poder en 1973 en un golpe militar en Chile, aceptó la derrota en un referéndum constitucional de 1988 que le habría permitido permanecer en el cargo y renunció a la presidencia en 1990 después de que un oponente ganó una votación presidencial.

Pero siguió siendo el Comandante en Jefe y se convirtió en senador vitalicio inmune al enjuiciamiento.

Un estudio de 2018, basado en elecciones en todo el mundo desde 1950, encontró que sólo el 12 por ciento de los dictadores que se someten a elecciones y pierden en las urnas dejan el cargo de manera pacífica.

“Es raro que los dictadores renuncien, pero cuando lo hacen es porque, como Pinochet, tienen una alternativa factible, como reincorporarse al Ejército, que les permite evitar la rendición de cuentas por abusos a los derechos humanos”, afirma el estudio de One Earth Future, un grupo de investigación.

La negativa de Trump a aceptar el resultado de las elecciones ha resonado de manera especial en América Latina.

Trump utilizó casi todas las herramientas de su arsenal de política exterior contra el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien tramó una victoria en las elecciones de mayo de 2018 de manera fraudulenta, a pesar de su profunda impopularidad y una desastrosa crisis económica.

La mayoría de las naciones occidentales y latinoamericanas denunciaron la votación. Para castigar a Maduro, Trump prohibió las transacciones de bonos venezolanos e impuso sanciones paralizantes al petróleo venezolano.

Y en enero de 2019, Trump reconoció al principal líder de oposición, Juan Guaidó, como el gobernante legítimo del país. A los pocos días, decenas de aliados europeos y latinoamericanos siguieron el ejemplo de EE.UU..

Trump condenó la “usurpación del poder” de Maduro y dijo que todas las opciones, incluida la intervención militar, estaban sobre la mesa para remover del cargo a Maduro e instalar a Guaidó en la presidencia.

Ahora Trump también se niega a aceptar los resultados de las elecciones.

Geoff Ramsey, director para Venezuela de la Oficina en Washington de Asuntos Latinoamericanos, un grupo de investigación con sede en Washington, comentó: “¿Cómo espera el gobierno de Estados Unidos hacer un llamado para que se celebren elecciones libres y justas en Venezuela cuando nuestro propio presidente no reconoce los resultados de un proceso electoral limpio en nuestro país? Es un regalo de propaganda para Maduro y para todos los demás autócratas del mundo y les garantizo que están disfrutando cada minuto de esto”.