En el barrio Ciudad de Dios, en Los Solares de Santiago Oeste, justo detrás del canal de riego Ulises Francisco Espaillat, en medio de calles polvorientas, en una vivienda humilde reside doña Mercedes Liz Padilla.
Mercedes nació el 9 de diciembre de 1953. Tiene 72 años y una vida marcada por el trabajo constante. Durante 25 años laboró en zona franca. Cuando salió de allí, enferma, buscó la forma de seguir produciendo desde casa. Con esfuerzo logró comprar una maquinita de coser y empezó a hacer cortinitas y otros encargos pequeños.
“Con eso uno se buscaba unos pesitos. No era mucho, pero alcanzaba para resolver lo básico”, explica.
Hoy, esa etapa también quedó atrás. Mercedes vive con diabetes y presión arterial alta, por lo que toma diariamente dos medicamentos.
Debería asistir con más frecuencia al médico, pero no siempre puede. Tiene problemas en la columna y, como ella misma explica, resulta cuanto menos, muy complicado.
“Me caigo donde quiera cuando debo ir al médico, tengo que caminar 30 ó 35 minutos y a veces hasta sin probar comida”, cuenta.
Relata que en ocasiones algún residente del sector la ve en el trayecto y la lleva, pero no es algo muy recurrente. “Por eso, mejor me quedo en mi casa, porque si no puede ser peor, esto no es fácil”, lamenta.
La sordera también forma parte de su día a día. No es de nacimiento, llegó con los años. Durante un tiempo pudo escuchar gracias a un pequeño aparato que una sobrina le regaló haciendo un gran sacrificio.
“Hace unos años mi sobrina me regaló ese aparatico, pero no sé si fue que se quedaron pegados los cablecitos o se me dañó al ponérmelo, porque eso es muy sensible”, comenta Mercedes, como quien habla de un juguete que le causa ilusión.
El dispositivo, con un costo aproximado de siete mil pesos, se dañó hace algunos años y no ha podido repararlo ni sustituirlo. Desde entonces, Mercedes se comunica elevando la voz y usando el cuerpo para decir lo que los oídos ya no captan.
falta de ingresos fijos
A todo esto, se suma otra dificultad silenciosa: el estómago vacío. Doña Mecho y sus hijos no tienen un ingreso fijo, ellos viven del día a día, y no siempre pueden llevar a su casa ni los alimentos básicos.
Ella cuenta que suele vomitar con frecuencia debido a la acidez que le provocan tantas pastillas tomadas sin haber comido. “A veces me tomo los medicamentos sin nada en el estómago y eso me cae mal, me dan vómitos y me hace doler mucho la cabeza”, dice con naturalidad, como quien ya se acostumbró a convivir con el malestar.
Mercedes vive junto a sus hijos Joel y Ezequiel.Joel Fernández Liz cuenta que tienen alrededor de 12 años residiendo en ese lugar.
Cuando llegaron el barrio no era más que un terreno baldío, cubierto de yerba.
Su vivienda, levantada con zinc, madera y remiendos hechos a lo largo de los años, se mantiene firme, más por la voluntad de quienes la habitan que por las condiciones del terreno que la sostiene.
“Aquí lo que hay es arena, el relleno tiene una capita de tierra, pero a la altura del pozo séptico lo que hay es arena y cada vez que pasan vehículos grandes todo esto tiembla”, explica Joel, su hijo.
Un hecho que se pudo observar mientras se conversaba con la familia.
Hace seis años falleció Juan Fernández, esposo de Mercedes. Según relata Joel, aquel día su padre se sintió mal, se puso a orar y, al levantarse, cayó desplomado. Su ausencia todavía pesa.
“Él era un pilar para mami”, dice Joel. “Papi salía a recoger el dinero de los trabajos de bordado, compraba las telas y con eso hacía que mami pudiera seguir produciendo desde casa”, relata.
“Hace mucha falta, pero mira, Dios me dio la oportunidad de que mi padre se fuera estando orgulloso de mí, porque yo le debía trecientos pesos y se lo pude pagar antes de que muriera, y cuando se lo pagué, me miró contento porque fui serio con él”, recuerda Joel.
Hoy, la carga recae principalmente sobre los hijos. Joel se dedica a trabajos informales. Antes tenía un motor para conchar, pero se dañó y no pudo repararlo ni adquirir otro.
Su nivel educativo inconcluso le ha cerrado muchas puertas, por lo que hace lo que aparezca: trabaja en construcción, bota basura, limpia solares y cuida niños cuando lo llaman.
Sabe manejar camiones, incluso tuvo licencia, pero al vencerse no pudo renovarla. “Ahora ese dinero no lo puedo juntar”, explica.
situación difícil de sobrellevar
La casa se sostiene con lo que entra, con lo que los vecinos comparten y con la solidaridad típica del barrio dominicano. Durante un tiempo, Mercedes contó con ayudas estatales como el bono luz y el programa Supérate. Hoy ya no las recibe. La realidad sigue siendo la misma, pero sin ese pequeño alivio mensual.
Relata que en el lapso de 5 años se ha dirigido a la gobernación para solicitar su pensión, sin embargo, siempre se va sin lograr una respuesta alentadora.
“Desde hace 5 años me dicen que está en proceso, que aún no ha salido. Otras veces me dicen que esas pensiones ya no estan saliendo”, exclama.
“Si uno contara al menos con la ayudita del gas, pudiera hacerse un chocolatico de agua para comer algo”, enfatiza.
“Porque es que yo siempre he sido pobre, pero le tenía su sillita de guano y una mesita para que ellos comieran y se fueran para su escuela. Yo siempre trato de hacer algo, aunque sea una ensalada durante el día 24”, explica.
Sueña con que un día tener acceso a una pensión y hacer tener garantizada su alimentación básica y sus medicamentos.