Todos en la calle conocen a “Sir Charles”, el tipo flaco con el saxofón, gafas de sol, sombrero de fieltro y una sonrisa de megavatios. En una actuación esta semana en el icónico bar de playa Elbo Room, bailó con un refresco en la mano mientras guardias de seguridad se burlaban él, las damas aplaudían y los clientes deslizaban unos dólares en su tarro de propinas.
Pero tras apagarse la magia de vida nocturna de un músico callejero, el hombre de 63 años regresó a un motel sórdido de Fort Lauderdale, apoyó la cabeza en una almohada y se preguntó cuántas noches le quedarían durmiendo bajo techo.
Charles Adams ha pasado los últimos tres meses viviendo en un motel pagado con dinero federal destinado a prevenir la propagación del COVID-19 sacando de las calles a personas sin hogar. Pero a medida que los hoteles vuelven a abrir a los turistas y la financiación disminuye, decenas de miles de indigentes en todo el país se ven obligados a abandonar los moteles.
Varias ciudades como Nueva Orleans terminaron sus programas hace meses por falta de financiamiento. Los expertos advierten que no hay suficientes camas en los refugios, lo que significa que muchos regresarán a las calles.
Las ciudades recurrieron a varias reservas federales para financiar los hoteles para personas sin hogar. La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias extendió su financiamiento hasta septiembre, pero el proceso de aprobación es tan arduo que muchas jurisdicciones no lo aprovecha
La crisis se produce mientras millones en todo el país se enfrentan a la incertidumbre una vez que concluya una orden federal el 31 de julio que impide la mayoría de los desalojos. La prohibición impidió que muchas personas terminaran en la calle durante la pandemia, pero también mantuvo artificialmente a muchas unidades fuera del mercado, lo que significa menos viviendas de largo plazo para las personas que ya no tienen hogar.