Como ya se veía venir desde hacía tiempo, las políticas de máxima presión por parte de Donald Trump y la inoperancia del gabinete de Biden, incapaz de revertir las políticas de su predecesor convertidas en políticas de Estado, han terminado por regalar el poder a la línea más dura de la revolución islámica en Irán. Tras una sobrada victoria en las elecciones (61,9 % de los votos), Ebrahim Raisi será el nuevo presidente iraní; desplazando a los reformistas, manteniendo el rumbo pero abandonando las formas de Hasán Rohaní, que parecían ser las que querrían haber continuado muchos candidatos reformistas y centristas que no pudieron participar en la contienda electoral tras ser descalificados por el Consejo de los Guardianes, más afín a la línea del que pronto será el próximo presidente de Irán.
Raisi, que innegablemente goza de gran popularidad, sobre todo tras el resentimiento de la economía producto de la retirada norteamericana del acuerdo nuclear y las consecuentes sanciones como principal símbolo del fracaso de los reformistas en su acercamiento hacia la UE y EE.UU., es la imagen de los conservadores, de la revolución islámica del 79. Llegando a ser presidente del poder judicial iraní, educado en Qom, es también el candidato favorito para suceder al líder supremo Alí Jamenei por su papel en el derrocamiento del Shá y la constitución y consolidación del nuevo Estado. Con ello el lector ya puede hacerse una idea del gran impacto que puede tener en las relaciones internacionales el ascenso de este hombre al poder, que es necesario recordar, está sancionado por los Estados Unidos desde 2019.
«Es un conservador, un devoto seguidor de la revolución islámica que ha participado en algunos de los capítulos más oscuros y violentos de la misma, pero no es un fanático».
Si bien la diplomacia con Irán va a ser más complicada que antes del 18 de junio de 2021 (que ya era bastante difícil), Ebrahim Raisi es un conservador, un devoto seguidor de la revolución islámica que ha participado en algunos de los capítulos más oscuros y violentos de la misma, pero no es un fanático. Si el Gobierno de los EE.UU. está caracterizado siempre por un fanatismo cuasi religioso hacia una idea de democracia y libertad en abstracto, si bien es un país pseudomesiánico que se cree con la potestad de imponer su modelo social al mundo, los iraníes están caracterizados por un sentimiento del pragmatismo que los hace leer la situación de manera serena, haciendo que destaquen por su rápida adaptabilidad oportunista a las situaciones. Ejemplo del pragmatismo de Raisi es que siendo director del poder judicial, y a pesar de su tradición de mano dura y estrictez, en 2019, como gesto de buena fe hacia la población para ganar popularidad tras perder en las elecciones de 2017 y preparándose para estas últimas, llevó a cabo reformas que sirvieron para conmutar penas por dote, de usura o tráfico de drogas, lo que redujo en un 6 % la población reclusa del país, salvando a algunos incluso de la pena de muerte.
Raisi ha ascendido gracias a las dinámicas internas de Irán. Sin embargo, aunque como presidente deba encontrar soluciones a los graves problemas económicos que atraviesa el país, su prioridad serán las relaciones internacionales en el plano global y regional; donde los asuntos judiciales no importan apenas para una diplomacia en la que los tratados y las promesas valen bien poco, como bien demostró Donald Trump durante su presidencia sin ningún tipo de pudor. Rohaní supo presentarse como alguien amable y dispuesto a dialogar, y aun así no pudo evitar la agresión salvaje contra Irán. Raisi ya empieza con muchas críticas de organismos útiles a narrativas como Amnistía Internacional, rodeado de sombras por las ejecuciones masivas de 1988 y con sanciones impuestas por EE.UU., lo que favorece la demonización de Irán en colectivo y complica cualquier tipo de concesión y diálogo por parte de los abanderados de la democracia y la hipocresía.
El oportunismo pragmático de Ebrahim Raisi (y del sistema iraní en su conjunto, que no es precisamente un modelo presidencialista) lleva a pensar que Irán seguirá a favor de negociar la recuperación de algo medianamente similar a lo que fue el Plan de Acción Integral Conjunto (el acuerdo nuclear para simplificar), aunque con una posición más inflexible que la anterior. Ejemplo de ello no es que Raisi se haya mostrado dispuesto a mantener conversaciones indirectas para recuperar el acuerdo nuclear a pesar de que en el pasado se opusiese al mismo; sino que ha logrado aparcar las diferencias del pasado reciente decidiendo continuar con el plan bilateral de normalización con un reino de Arabia Saudí que ha entendido que la paz regional le interesa mucho más que acatar con resignación la doctrina de turno a miles de kilómetros de Riad.
«EE.UU. debe decidir si prefiere un Irán aventurista dispuesto a todo para sobrevivir, o un Irán con la capacidad de recuperar sus activos económicos en el exterior y dinamizar la economía».
Ahora bien, ¿estarán Biden y todos los que gobiernan a su sombra dispuestos a reconocer a alguien dentro de su lista de sancionados como interlocutor legítimo? ¿Estará Biden dispuesto a gobernar para su pueblo, anteponiendo los intereses de los norteamericanos (y de rebote europeos) frente a los israelíes (ahora que tienen un gobierno mucho más extremista anti-iraní con Naftalí Bennett a la cabeza)? Y estas preguntas son determinantes, porque Estados Unidos debe decidir si prefiere un Irán aventurista dispuesto a todo para sobrevivir, o un Irán con la capacidad de recuperar sus activos económicos en el exterior y dinamizar la economía de modo que no dependa tanto de sus proxies regionales para garantizar la seguridad del país.
La revolución iraní se dio en un contexto en el que el Shá había vendido el país a Washington, en el que la desigualdad era enorme y donde los sectores tradicionalistas y rurales veían amenazado su modo de vida. La revolución iraní, pues, se dio como una reacción a lo que había, para recuperar su identidad y su soberanía. Teniendo eso en cuenta y viendo a Raisi como un revolucionario, convencido seguidor de la doctrina de Jomeini, es fácil hacerse una idea de lo que se puede esperar de la política exterior iraní para los próximos cuatro años: un discurso anti-imperialista que a la hora de la verdad se traduce en negociar con sus vecinos y la OTAN una desescalada –con las concesiones justas y nunca unilaterales– para intentar salvar la economía y preservar Irán. A cualquier precio.