Civilización y barbarie. Para los europeos del siglo XVI y XVII, Rusia y los países del Este eran lugares remotos a los que se viajaba para huir del “malestar cultural” que, según pensaban los intelectuales de la época, predominaba en el occidente europeo. Viajeros que dejaron sus testimonios, como el conde de Sègur y el sacerdote franciscano Alberto Fortis, escribieron relatos similares a los que enviaban a las Cortes los conquistadores de América: una visión centralista sobre los aborígenes. Johann Herder, el padre del romanticismo alemán, fue el primero en definir a los eslavos como “bárbaros” y al territorio del imperio ruso como “zona de bárbaros”.
En la misma época, los viajeros rusos que viajaban a Londres o París en busca de tratamientos médicos criticaban la “decadencia e hipocresía europeas”, así como el “excesivo interés por el dinero”. Desde las guerras napoleónicas (1803-1815), la actitud de los rusos estuvo marcada por el debate entre dos corrientes intelectuales: los “occidentalistas” y los “eslavófilos”; si Rusia debería aceptar los valores europeos, fueran estos liberales o conservadores, o mantener su propia identidad eslava. Este mismo debate continúa tres siglos más tarde tanto en Rusia como en Europa y las percepciones siguen siendo similares. Y cualquier crisis diplomática o militar, como la que se vive en la frontera este de Ucrania o con la interferencia rusa en los procesos electorales, hace florecer los antiguos y sostenidos sentimientos.
Rusia fue un “socio estratégico” de la Unión Europea entre 1991 y 2014, particularmente por la provisión de gas y petróleo -imprescindibles para Alemania- y las oportunidades de negocios que aparecieron tras la caída de la Unión Soviética. Pero a partir de 2016, los analistas comenzaron a definir a Rusia como “el desafío estratégico más importante para la UE”. Esa mutación de socio en adversario se debe, según un estudio del prestigioso Real Instituto El Cano de España, a “la disposición de Rusia a usar la fuerza militar para alcanzar sus objetivos geopolíticos –bloquear la ampliación de la OTAN y de la UE en las ex repúblicas soviéticas–, a entrar en una `guerra híbrida´ con Occidente y a la incompatibilidad entre las dos visiones del orden liberal internacional entendido como compromiso con la libertad y los derechos humanos, con el derecho internacional y con un sistema económico de libre mercado”. El análisis del centro de estudios estratégicos de Madrid agrega que “esta confrontación, junto a la interdependencia económica y energética, la cooperación limitada (en la lucha contra el terrorismo, la proliferación nuclear y el cambio climático), forman parte del nuevo paradigma de las relaciones entre la UE y Rusia. El mayor obstáculo para una relación constructiva con el Kremlin reside en la incompatibilidad entre los intereses y valores rusos y europeos a causa del empeño de Rusia en edificar un orden mundial post Occidental”.
Miembros del servicio de las fuerzas aerotransportadas rusas descienden de los aviones de transporte Ilyushin Il-76 durante los ejercicios de intimidación militar en la frontera con Ucrania. REUTERS/Stringer
En este contexto es que el Kremlin continúa presionando en la frontera con Ucrania y pretende quedarse con otras dos regiones independentistas de ese país como lo hizo con Crimea al invadir militarmente la península. Todo, mientras trata de sacudirse de encima las duras sanciones impuestas por el presidente Joe Biden como represalia por la interferencia de Moscú en las elecciones estadounidenses. A esto hay que sumarle otras tensiones como la confrontación de los últimos días con la República Checa por una acción de espionaje y sabotaje. Y en la raíz de todos estos problemas está lo que desde el entorno del presidente Vladimir Putin se ve como “la pretensión de expansión” de la OTAN, la alianza militar occidental en lo que considera su “zona de influencia”.
El presidente ruso, Vladímir Putin, da instrucciones al ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, al finalizar una ceremonia en la Plaza Roja de Moscú.EFE/Sergei Ilnitsky.
El subsecretario Serguei Riabkov, encargado de la relación con Washington, convocó hace diez días a la sede de la cancillería rusa al embajador de Estados Unidos, John Sullivan, para “una conversación poco agradable”, como la calificó la portavoz de la diplomacia rusa, Maria Zajarova. Según el breve comunicado oficial, difundido por el Kremlin, Riabkov rechazó “las acciones inaceptables de la parte estadunidense, la cual en contra de su proclamada intención de ‘construir relaciones pragmáticas con Rusia’ volvió a propinarles un duro golpe”, así como informó al embajador que “a la brevedad se tomará una serie de medidas de respuesta”. Al otro día expulsaron a diez diplomáticos estadounidenses. Todo esto tiró por la borda, según Yuri Ushakov, el influyente asesor de política exterior del Kremlin, los preparativos de una cumbre Biden-Putin que se iba a concretar en una ciudad neutral como Viena, Helsinki o Praga. Leonid Slutsky, presidente del comité de política internacional de la Duma o cámara baja del Parlamento ruso dio a entender que era “imposible” en este momento un encuentro de ese tipo para relajar las tensiones.
Desde ya habría que descartar a Praga como escenario de cualquier cumbre de este tipo. La República Checa acusó la última semana al GRU, la agencia de inteligencia militar rusa, de estar detrás de una explosión mortal en un depósito de municiones en 2014. Señalaron a una sección específica de la organización, la Unidad 29155, que tuvo una creciente notoriedad en los últimos años. La explosión del arsenal se consideraba hasta ahora un desagradable accidente que había costado la vida a dos personas. No tuvo mayores repercusiones a nivel global. Pero el 17 de abril se convirtió en el centro de las tensiones entre la Unión Europea y Rusia cuando Praga anunció que expulsaba a 18 diplomáticos rusos por las evidencias de que la Unidad 29155 del GRU había sido la responsable. El arsenal estaba destinado a las fuerzas ucranianas que en ese momento se enfrentaban a los milicianos separatistas apoyados por el ejército ruso.
Rusia, por supuesto, negó las acusaciones y en represalia envió a casa a 20 empleados de la embajada checa en Moscú. Los 27 Estados miembros de la UE se arriesgaron a verse envueltos en esta disputa y respaldaron al gobierno checo. La República Checa afirma que los espías rusos que trabajaban en su territorio eran los mismos que participaron en el envenenamiento e intento de asesinato del ex agente doble Sergei Skripal en Salisbury, Gran Bretaña, en 2018, un escándalo que en ese momento provocó una máxima tensión de las relaciones entre Rusia, por un lado, y el Reino Unido y sus aliados occidentales, por otro.
Embajada de la República Checa en Moscú. Rusia expulsó diplomáticos de ese país, Eslovaquia, Lituania, Letonia y Estonia. EFE/EPA/YURI KOCHETKOV
Desde que el caso Skripal puso al GRU en los titulares del mundo, las agencias de inteligencia occidentales y medios de comunicación como el sitio de investigación de código abierto británico Bellingcat y el semanario alemán Der Spiegel vincularon varios hechos de espionaje a la unidad 29155. Esta sección es sospechosa de organizar una campaña de desestabilización política en Moldavia en 2016, de participar en un intento de golpe de Estado pro-serbio en Montenegro ese mismo año y de intentar envenenar a un traficante de armas dos veces en Bulgaria en 2015. Las agencias de inteligencia españolas llegaron a detectar a agentes de la unidad 29155 durante las manifestaciones independentistas catalanas de 2017. Incluso establecieron una “base de retaguardia” en la región rural francesa de Saboya, según una investigación de Le Monde de 2019. El New York Times los describió en 2019 como una “fuerza de élite muy móvil, capaz de golpear en cualquier lugar y momento a las órdenes de Moscú”. La temida unidad 29155 está siendo utilizada desde hace al menos una década como fuerza de acción y espionaje en Europa del Este, el área de influencia que el Kremlin aún considera como propia, así como en Europa occidental.
En su intervención en la Conferencia de Seguridad de Múnich de ese mismo 2019, el entonces jefe del servicio secreto británico MI6, Sir Alex Younger, dijo que “se puede ver que hay un programa concertado de actividad”. “Evaluamos que existe una amenaza permanente por parte del GRU y de los demás servicios de inteligencia rusos y que muy pocas cosas están fuera de los límites”, continuó Younger. Las unidades de elite del GRU vienen actuando desde la última fase de la guerra en Chechenia y fueron claves en la invasión de Crimea. “Son, por supuesto, combatientes de fuerzas especiales muy bien entrenados que han pasado todos por el famoso entrenamiento de los Spetsnaz”, explicó Mark Galeotti, un experto británico en agencias de inteligencia rusas y director de Mayak Intelligence, una consultora sobre temas de seguridad relacionados con Rusia. “No son esos superagentes que realizan acciones quirúrgicas de espionaje, como algunos han sugerido”, continuó Galeotti. Una mejor manera de pensar en la Unidad 29155, continuó, es como “un equipo especializado en el sabotaje y el asesinato; el trabajo sucio”.
El presidente ucraniano Volodimir Zelensky durante una cumbre con los representantes de la Unión Europea. /EPA/STEPHANIE LECOCQ
En consecuencia, Moscú sólo los despliega cuando “los fines son más importantes que los medios”, dijo Galeotti. A diferencia de los agentes del FSB -la agencia interna y principal sucesora del KGB- o del SVR -la organización de inteligencia externa-, que son famosos por su discreción, los miembros de la unidad 29155 “no muestran el mismo grado de delicadeza; harán todo lo que sea necesario para lograr sus objetivos, incluso si eso significa utilizar un modus operandi poco sutil”, explicó Galeotti.
Por eso, sus acciones fracasadas como el intento de asesinato de Skripal y el frustrado de golpe de Estado en Montenegro, “pueden parecer poco profesionales, dejando huellas que permiten seguir el rastro de los autores”. Pero aunque estas misiones no fueran exitosas, permiten a Rusia enviar una señal a otras potencias europeas. “Es una forma de demostrar que pueden actuar en su territorio”, dijo Galeotti.
Y este concepto es en el que se basa en este momento la relación de Rusia con Europa, Estados Unidos y las ex repúblicas soviéticas. Putin está trazando la raya, cada vez más expandida hacia el oeste, de lo que considera su propia área de influencia. Y no tiene reparos en el uso de ningún recurso para conseguir su objetivo.