Los casos de coronavirus se disparan en todo Estados Unidos. Vuelven los escalofríos, tanto metafóricos como literales. Y un invierno en el que probablemente se oirán más sirenas de ambulancias que cascabeles navideños.
Era invierno cuando comenzó la pandemia, y será invierno de nuevo mucho antes de que termine. Agotados y traumatizados tras meses de muerte y confinamiento, los estadounidenses recibían mensajes contradictorios de las diferentes administraciones y de sus propio reloj interno, trastocado por una sensación del tiempo irreal.
¿No debería haberse acabado ya? Después de todo, las vacunas han llegado. Pero antes de que la gente de a pie pueda vacunarse, el invierno se cobrará su precio.
Las fiestas de fin de año están llenas de peligro para los que viajan y podrían expandir el virus, pero también para los que no lo hagan y puedan sufrir en su aislamiento. Pequeños destellos de normalidad como las clases presenciales y las cenas en interior vuelven a verse interrumpidos. Un nuevo presidente tomará el timón de un país profundamente dividido. Y el demorado choque de realidad con arraigados problemas sociales sigue sin terminar.
“Tenemos que prepararnos y pasar este otoño e invierno, porque no va a ser fácil”, dijo en septiembre el doctor Anthony Fauci, el máximo experto en enfermedades infecciosas del país.
Ahora se acerca el invierno, un invierno sin par en la historia reciente de Estados Unidos. Y con su llegada el lunes, un país entero contiene el aliento.
“Creo que hay un sentimiento bastante común, de que mucha gente siente que el mundo se está viniendo abajo”, dijo Monica Johnson, psicóloga de Nueva York y que atiende principalmente a pacientes de grupos marginalizados.
Durante los últimos meses, actividades como encuentros con distanciamiento social en parques y paseos en bicicleta han sido el capital social que permitió a muchos estadounidenses recuperar un poco de la vida antes de la pandemia. La red de bicicletas de alquiler CityBike de Nueva York batió en septiembre su récord mensual de usuarios, según un portavoz de Lyft.
El invierno es diferente. “Salir” es un acto muy diferente cuando hace frío, y es en los espacios de interior, a donde suele llevarnos el invierno cuando bajan las temperaturas, donde el virus se ha expandido de forma más agresiva.
Un bien ejemplo es el transporte público, un elemento fijo de las ciudades estadounidenses llueva o haga sol. El uso del metro, el autobús y el tren de cercanías se ha hundido este año.
Regan Weal, conductora de autobús de la Metropolitan Transit Authority, ha hecho tres rutas en Manhattan durante la pandemia, que fue desde el principio “mentalmente agotadora”. Tanto el número de pasajeros como las condiciones para los trabajadores han mejorado, señaló, aunque siguen siendo modestas. Más de 130 trabajadores de la MTA han muerto por causas asociadas al COVID-19.
“Me preocupa que cuando haga frío, ahora la gente quiera ir más en autobús porque no quieren caminar al tren”, dijo
La novelista Laura Ingalls Vilder tituló uno de sus libros como “The Long Winter” (‘El largo invierno). Barbara Mayes Boustead, profesora de meteorología de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA por sus siglas en inglés) y afincada en Omaha, se inspiró en la obra de Wilder para codesarrollar el “Índice de Gravedad Acumulada de Invierno”.
“En la historia de Laura, en realidad el invierno es un antagonista, es eso que les impide conseguir lo que necesitan. En el mundo en el que estamos este año, no sé si el COVID es el agravante o el antagonista”, dijo Mayes Boustead. “Podría ser que el COVID sea el antagonista y el invierno, si es duro en algunos lugares, pueda ser un agravante”.
Ese parece el caso en una zona rural en el este de Pensilvania, donde la profesora de inglés Kerry Palumbo, de 52 años, ha ido a trabajar cada día a la Escuela Secundaria Palmerton. Muchos de los contagios de la región se han concentrado en la pequeña población de Palmerton, por su cultura de transporte público y su cercanía con estaciones de esquí.
Toda la familia de Palumbo -sus padres septuagenarios, sus dos hijos universitarios y hermanos que trabajan desde casa- confiaba en reunirse para Navidad.
“Mi mayor temor es ser la que lo lleva a mi familia. No sé cómo gestionaría la culpa si eso ocurre”, escribió en un mensaje de texto en octubre. Para las vacaciones de Acción de Gracias, sus clases volvían a impartirse a distancia por el aumento de casos en el condado de Carbon, que para el domingo por la noche había contabilizado más de 2.100 casos y 85 muertes asociadas al COVID-19.
“Ninguno de nosotros tiene tanta confianza como antes de Acción de Gracias de que Navidad vaya a ser en persona este año”, escribió Palumbo en un mensaje de texto la semana pasada.
Rio Santisteban, de 27 años, vive lo bastante cerca de su empleo en la ciudad de Nueva York como para llegar caminando cuando tiene que ir a la oficina. Su experiencia de la pandemia ha sido como una “montaña rusa” que mejoró con el verano. El invierno es difícil, ya que sufre trastorno afectivo estacional, que a menudo se manifiesta como una depresión moderada.
“Se hace mucho más difícil e intenso, mucho más un proceso y un desafío ver a gente en lugar de simplemente quedarse parado y no hacer nada”, dijo Santisteban.
Para sobrellevarlo, compró varias lámparas para combatir la falta de luz y “me aguantaré y me congelaré” para ver a amigos en espacios abiertos.
Eso va en línea con las recomendaciones de Alycia Scott, psicóloga que sugiere que los afectados por el trastorno afectivo estacional contrarresten la tendencia a aislarse. Scott ha visto una creciente “sensación de impotencia y de no poder hacer nada, especialmente con el contexto del coronavirus” entre sus pacientes, que son en su mayoría negros y de minorías.
Antes de ser elegido como presidente, Joe Biden hizo una advertencia: “Estamos yendo hacia un invierno oscuro”. Tras su victoria electoral, dijo creer que los estadounidenses habían votado para “llevar las fuerzas de la ciencia y las fuerzas de la esperanza a las grandes batallas de nuestro tiempo”.
Con el inicio de las vacunaciones, hay un final tangible -o, al menos, un camino hacia delante- a la vista. Pero hasta entonces, está claro que los estadounidenses tendrán que superar, como dice Santisteban, este horrible, horrible invierno que podría ser horrible o no’. Un invierno temido, indeseado, pero teñido de nuevo de esperanza.