11 de diciembre de 2024

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Fingió un cáncer, inventó tragedias y se volvió adicta a la mentira

Para los que adoran las buenas lecturas hay un libro de Julian Barnes, editado por Anagrama en 2023, titulado Elizabeth Finch, nombre de ficción que utiliza el autor para rendir homenaje a una querida amiga suya inglesa, escritora y profesora de historia del arte, fallecida años atrás.

Pero no se confundan, porque no es de esta Elizabeth de Julian Barnes de quien hablaremos en esta nota sino de otra que se llama igual, aunque se escribe con S, que también es escritora pero anda vivita y coleando.

Esta última Elisabeth Finch tiene hoy sorprendidos al mundo del cine, la tevé y a los fanáticos de la serie Grey’s Anatomy (Anatomía de Grey, un drama médico que se enfoca en la vida de los cirujanos y residentes y que está ambientado en un hospital ficticio en la ciudad de Seattle). 

La serie es un éxito total que lleva 21 temporadas consecutivas y Elisabeth, por su frondosa imaginación y por la naturaleza de sus dramas personales tan afines con la temática que abordaba, llegó a ser una de sus guionistas top.

Eso fue así hasta que salió a la luz un entramado de engaños que la tienen como protagonista estelar. Este mes de octubre Peacock, un canal de streaming de NBCUniversal, emitió el documental Anatomy of Lies (Anatomía de las mentiras). La docuserie de tres capítulos hizo que la admiración por la pluma de Elisabeth Finch y la compasión por su vida traumática dejara paso a una monumental decepción. Porque absolutamente todos, dentro y fuera de los sets de grabación, se sintieron estafados por ella. ¿Qué pasó? Que Elisabeth se fue de mambo con la fantasía, al punto que empezó a confundir dónde acababan sus libretos y dónde comenzaba su vida real.

Mi vida, mi novela

Elisabeth comenzó a escribir para televisión en 2006 con un cortometraje llamado Looking for My Brother (Buscando a mi hermano). Después de esto, en 2008, fue contratada como asistente de guion para la serie True Blood (Sangre verdadera) donde trabajó durante dos años. En 2012, se unió al equipo de The Vampire Diaries (Diarios de vampiros), como escritora y editora de historias, ganando un amplio reconocimiento en la industria.

En 2014 la revista Elle publicó un artículo donde Elisabeth contó con detalles su batalla contra un furioso cáncer de huesos llamado condrosarcoma. La nota pegó fuerte y dio que hablar sobre ella. Tanto que, en 2015, terminó catapultando a Elisabeth Finch para integrar el exitoso equipo de guionistas de la serie Grey’s Anatomy. Inspirada en lo que le ocurría la autora aplicó su enfermedad al personaje de la doctora Catherine Avery en la temporada número 15. Comenzó a escribir y lo hizo tan bien que le puso texto a 13 episodios y produjo 172 capítulos entre ese año y 2022.

En sus guiones Finch compartía su experiencia personal y su desgarradora lucha por su salud. Relataba su difícil paso por la quimioterapia al tiempo que escribía columnas para revistas donde contaba, por ejemplo, en febrero de 2014 en la revista Elle, cómo sus amigos y su familia la habían ayudado a soportarlo: “No hay una guía para ser una treintañera soltera con cáncer”, decía. En enero de 2016 explicó cómo había confrontado a su doctor que no había detectado, al comienzo, el cáncer. Contó que el profesional se había atrevido a decirle: “Las mujeres judías neuróticas son mi especialidad”. Sin prestar atención a sus dolores, el médico había culpado a su falta de ejercicio y a su sobrepeso por sus molestias constantes. Por culpa de ese mal diagnóstico inicial le habían tenido que hacer un reemplazo de rodilla a los 34 años. Horroroso. También reveló que había perdido un riñón y que la actriz Anna Paquin, amiga suya desde que había estado en True Blood, se había ofrecido y le había donado, en secreto, uno de sus riñones.

Lo que contaba ponía al mundo conmovido a sus pies. No solo escribía, también actuaba. De hecho, tuvo un papel como actriz invitada en la misma serie Grey’s Anatomy -en el episodio Silent all these years (En silencio todos estos años)- en el rol de la enfermera Elisabeth. Había llegado a la cima e iba por más con su enfermedad a cuestas.

Su aspecto coincidía con lo que ella contaba que le pasaba. Muchas veces iba a trabajar enferma, sintiéndose mal. Cuando se quedó pelada se cubrió la cabeza con pañuelos o bufandas. También llevaba vendas que se veían por debajo de sus remeras en verano. El color de su piel se volvió verdoso y sus compañeros podían oírla vomitar con frecuencia en el baño. Cuando le decían que se fuera a su casa, ella se negaba: “No, no. Déjenme quedarme una hora más trabajando”, repetía. Es cierto que se ausentaba mucho, pero qué podían esperar. También le otorgaban plazos más largos para las entregas de los textos. Sus colegas eran empáticos con ella. Durante la quimioterapia encima quedó embarazada, pero por los peligros de seguir adelante con la concepción debió tomar la difícil decisión de realizarse un aborto. Era demoledor escucharla.

El 27 de octubre de 2018 ocurrió un sangriento tiroteo en la sinagoga Tree of Life de Pittsburgh que dejó 11 muertos. Ese mismo día Elisabeth les mandó a sus colegas un mensaje escrito a las apuradas: se estaba dirigiendo con urgencia hacia el lugar donde había muerto un amigo. Luego les contó que, con el permiso del FBI, había colaborado con la limpieza de los restos. Esta experiencia le trajo aparejado un Severo Trastorno de Estrés Postraumático (PTSD en inglés).

Sus conocidos no podían creer la cantidad de dramas que rodeaban a Elisabeth.

De amor y de mentiras

En mayo de 2019 Elisabeth Finch se internó en un centro para personas con problemas mentales en Tucson, Arizona para comenzar un tratamiento para superar su trastorno derivado de la masacre vivida el año anterior. No usó, para su ingreso, su verdadero nombre sino uno de ficción. Se anotó como Jo Wilson, un personaje para el que ella escribía en la serie.

Fue en esta institución donde conoció a otra mujer proveniente de Topeka, Kansas: Jennifer Beyer. Jennifer era una enfermera que había ingresado al establecimiento para superar un síndrome de PTSD después de 18 años de abusos por parte de su marido Brendan y padre de sus cinco hijos. Jennifer, quien había sido maltratada física y emocionalmente por su esposo, estaba siendo tratada por trastorno disociativo. Brendan alegaba que era psicótica y los hijos de la pareja fueron puestos bajo la tutela del estado, con familias sustitutas. Jennifer corría el riesgo de perder la tenencia y, por ello, se internó voluntariamente.

Vulnerable en extremo Jennifer cayó enseguida bajo los encantos de “Jo Wilson”, nuestra camuflada Elisabeth. Se volvieron inseparables y se enamoraron. En noviembre de 2019 se comprometieron. La cuarentena por la Pandemia por COVID 19 decretada en marzo del 2020 hizo que la relación se afianzara con rapidez. El encierro favoreció a Elisabeth.

Apenas Jennifer salió de su internación su ex marido se pegó un tiro. El intento de suicidio lo dejó en estado vegetativo. Elisabeth, quien vivía en otro estado, no demoró en viajar a Kansas para estar a su lado. Pero en su trabajo dijo que el motivo por el que se ausentaría era que su hermano médico estaba en coma luego de haberse disparado. Había cambiado papeles.

Voló a Kansas para estar con Jennifer y aprovechó el dramático momento para tomar control de la vida de su novia. Conoció a su terapeuta, a sus amigos, a sus familiares. Incluso habría sido la que impulsó que a Brendan le quitaran el soporte vital que lo mantenía con vida.

En su trabajo siguió contando otra historia: el pasado con su hermano había sido turbulento porque Eric la golpeaba con violencia desde pequeña. Envalentonada subió la apuesta de su engaño y reveló algo más retorcido: como su hermano era médico había logrado dispararse asegurándose de no morir inmediatamente y así poner su vida en manos de la propia Elisabeth. Fue ella, aquella niña golpeada, la que tuvo que decidir terminar con su vida al desconectarlo del respirador.

Se había vuelto una experta en fabricar historias en las que al mismo momento era víctima y heroína. Se había vuelto una sanguijuela que vivía de experiencias ajenas que mezclaba según su conveniencia. Brendan era Eric y daba lo mismo quién fuera quién siempre que le reportara beneficios a sus guiones y a su imagen. La pareja planeaba que Elisabeth se mudara cuanto antes a Topeka para vivir con Jennifer y sus hijos, donde podría escribir a distancia. Así fue.

Inconsistencias llamativas

Se querían y Elisabeth era una gran ayuda para Jennifer con sus hijos. Todo marchaba muy bien. En junio de 2020, se casaron ante dos amigos que oficiaron de testigos y los hijos de Jennifer como invitados. Maya, hija de Jennifer, contó que Elisabeth se mostró aterrada con que los chicos pudieran llevar el coronavirus a la casa. Ella, por su cáncer, era una persona vulnerable y podía morir. Por eso, cuando los colegios abrieron, ellas no los mandaron a clase.

En algún punto las cosas empezaron a volverse extrañas y Jennifer comenzó a dudar de las novelescas historias de su esposa. Había notado un patrón preocupante en Elisabeth: “Cuando otra persona conseguía llamar la atención, se le disparaba algo… Ella necesitaba que la atención estuviera puesta solo en ella”. Además, se percató de algunas inconsistencias en los sucesos melodramáticos contados por su compañera de vida. Relataba cosas increíbles y siempre parecía estar en el lugar en el que ocurrían los hechos.

“Cuando estás enamorada es muy fácil dejar pasar las banderas rojas”, explicó hace poco Jennifer. Una de las banderas que debería haber visto fue que Elisabeth introdujo el mismo tratamiento que había hecho Jennifer para superar sus traumas en el personaje de Grey’s Anatomy: EMDR, una terapia desarrollada en los años 80 para tratar trastornos causados por eventos estresantes.

Comenzó a indagar en las redes sociales de Elisabeth. Tanto buscar algo, no sabía bien qué, lo encontró. Su pareja había dicho que había estado en Pittsburgh el día de los disparos en la sinagoga en octubre de 2018, pero en Facebook halló una foto de Elisabeth en otra situación. Era de ese mismo día y ella estaba vestida con un disfraz de Halloween en una fiesta lejos de Pittsburgh. Había mentido. Algo más le llamaba la atención: la falta de vestigios en el cuerpo de Elisabeth de haber atravesado un cáncer virulento y ni siquiera tenía cicatrices de las cirugías que aducía haber atravesado. Era llamativo.

Se animó y la confrontó con lo que había descubierto. Elisabeth intentó explicarse contando más mentiras. Bajo presión, terminó confesando. No había tenido cáncer, no había estado jamás en Pittsburg, no había tenido un aborto… Lo que más le llamó la atención a Jennifer es que lo hizo sin demostrar ninguna emoción.

Beyer, estupefacta, comenzó a documentar todo lo que hacían con fotos y videos porque temía que si llegaba el momento de contar algo no le creyeran. Eso lo había aprendido en la batalla contra su ex marido por la custodia de sus hijos. Admite hoy: “Conocí a una mujer en una institución mental y la dejé entrar a mi casa. La dejé introducirse en la vida de mis hijos. Me mentía y yo no me daba cuenta de nada”.

La caída

Jennifer se había casado con una farsante exitosa. “No sabía quién era mi esposa”, reconoció. En 2021 se divorciaron. En febrero de 2022 Jennifer decidió que la co-creadora de Grey’s Anatomy, Shonda Rhimes, y la productora ejecutiva Krista Vernoff, merecían saber la verdad de lo que pasaba. Les envió un extenso mail contándoles todo. La denuncia no pasó de largo. En el mes de marzo las compañías Disney y Shondaland abrieron una investigación interna sobre Elisabeth Finch. Durante ese tiempo la acusada no pudo presentar ninguna documentación médica que avalara lo que había sostenido ni aceptó someterse a una evaluación profesional independiente. Esto la llevó a ser suspendida en su trabajo y, en marzo, renunció. En mayo de ese 2022 Vanity Fair publicó la historia de Finch en dos entregas. El caso se viralizó.

En diciembre de ese mismo año Elisabeth decidió darle un reportaje a The Ankler. La entrevista fue titulada “La mentirosa de Grey’s Anatomy confiesa todo”. De confesión el artículo tenía poco porque la tramposa ya había sido atrapada. Pero ella intentó en esa entrevista explicar el por qué de lo que había hecho: “Sé que está totalmente mal lo que hice. Mentí y no hay excusas sobre eso. Pero hay un contexto para ello. La mejor manera de explicarlo es que cuando uno experimenta un gran nivel de trauma, mucha gente adopta el mismo mecanismo. Muchos beben para olvidar cosas. Los adictos a las drogas tratan de alterar su realidad. Muchos se autolesionan. Yo mentí. Esa fue mi manera de hacer frente a mis problemas y mi manera de sentirme segura, vista y escuchada”.

Tuvo que admitir haber mentido sobre su historial médico y debió reconocer públicamente que jamás había tenido cáncer y que había simulado la sintomatología y alterado su aspecto para parecer enferma: llevaba un catéter que no necesitaba y había rapado su cabeza para simular los efectos de la quimioterapia. Algo más: debió reconocer que su hermano Eric -quien realmente es médico- no se había suicidado y vive en el estado de Florida. Una gran amiga de Finch, Aurora Lee Passin, fue quien la transportó muchas veces a sus supuestos tratamientos para un ensayo clínico anticáncer en la prestigiosa Clínica Mayo. No puede creer haber creído: “Ella me decía que seguramente estaba sufriendo de esa manera para poder escribir también con esa intensidad”.

Pero de todas formas Elisabeth siguió sosteniendo que los golpes recibidos en la infancia habían forjado su soledad y su silencio llevándola a lidiar con sus problemas como pudo. Concedía, pero seguía manipulando.

Elisabeth Finch no había tenido límites para sus fabulaciones ni en su conciencia: robaba ideas de otros, inventaba enfermedades, emulaba a los enfermos… ¿Qué tan peligrosa podría haber sido de no haber sido descubierta? Nadie sabe, pero lo cierto es que “vampirizaba” los dramas ajenos a un nivel patológico.

El éxito de un fraude

La docuserie de PeacockAnatomy of Lies (Anatomía de las mentiras), dirigida por Evgenia Peretz y David Schisgall, que desmantela la elaborada cadena de mentiras de Elisabeth Finch a lo largo de estos años fue emitida en octubre 2024. Se basó en el artículo escrito por Peretz para Vanity Fair que llevó el título: Scene Stealer (Ladrona de escenas). En la grabación participaron su ex esposa y los dos hijos mayores de Jennifer Beyer, Maya y Van. Ni Rhimes ni Vernoff quisieron hablar. Tampoco los padres (quienes se casaron en mayo de 1969 y siguen juntos hasta hoy) ni el hermano de Elisabeth Finch. Ella se ha convertido en la mancha venenosa de la que huyen espantados.

En los tres capítulos de la serie se cuenta que, además de todo lo relatado anteriormente, ella también había mentido cuando denunció por acoso a un director de The Vampire Diaries.

Elisabeth Finch sabía claramente cómo captar la atención de las audiencias, pero fue demasiado lejos. Acusó el golpe negativo que le propinó la fama repentina de las verdades sobre sus mentiras y por Instagram se disculpó. Lo hizo el mismo día que la docuserie salió al aire, el pasado 15 de octubre.

Su pedido público de perdón decía:

“No le he dado a nadie ninguna razón para creer en las palabras que digo. He mentido tanto; cosas que han devastado a muchas personas en la vida real. ‘Lo siento’, parecen palabras pequeñas comparado con lo que he hecho, aun así son la verdad. Quedé atrapada en mi adicción a las mentiras traicionando y traumatizando a mi familia más cercana, amigos y colegas.

Estoy tratando de enmendarlo y de expresar mi genuino remordimiento lo mejor que pueda cuando estén preparados para ello. Y he aceptado el hecho de que tal vez algunos no lo estén nunca.

He estado recibiendo tratamiento para mi salud mental por casi tres años, y trabajo duro cada día para hacer una vida donde la verdad importe más que nada. La verdad es que me casé con una mujer de la que me enamoré profundamente. Jennifer Dawn tenía cinco hijos que amé como propios enseguida, incondicionalmente, hasta el día de hoy. A unos días de nuestra primera cita ella puso una rodilla en el suelo y me pidió casamiento con un ramo de lavandas atadas como un anillo.

El gran error de mi vida (junto con el haber mentido con el cáncer en primer lugar) fue decirle “sí” a la propuesta de Jennifer antes de serle honesta.

La verdad es que no hay excusas, ni justificación -nada podrá nunca convertir mis mentiras en algo bueno. Nada puede borrar el trauma que causé, el miedo, el dolor, la rabia, las lágrimas, el tiempo. Y nada me importa más que mantenerme confiable. Continuaré reparando como pueda todo el daño, no soy las malas cosas que he hecho. Reconozco que todo esto puede llevarle a la gente mucho tiempo creerlo. Trabajaré y esperaré el tiempo que haga falta”.

Mientras escribo estos últimos párrafos veo que el posteo tiene solamente 319 me gusta de entre sus 9321 seguidores. Sus discursos por redes parecen arar en el vacío porque los mismos directores de la serie se enteraron de algo más y lo dijeron a los cuatro vientos: ella habría estado intentando sacar rédito de su nueva fama contactando a personas de la industria para buscar empleo y sugiriendo proyectos relacionados con su vida.

Durante siete largos años Elisabeth Finch lucró con sus mentiras y logró que, una vez más, la realidad superara con creces a la ficción. En esta historia las letras de la fantasía se tragaron la voz de la verdad.

Me quedo pensando que quizá, de haber sabido de la existencia de esta Elisabeth Finch con S, Julian Barnes, podría haberle puesto otro nombre a la protagonista de su libro. Por ahí, ni se enteró de la noticia o peor, puede ser que no le importe un rábano. Su personaje literario, mucho más cuerdo que nuestra protagonista de carne y hueso, expresa en el libro una frase bastante oportuna: “Querría señalar que el fracaso puede enseñarnos más cosas que el éxito, y un mal perdedor, más que un buen perdedor”.

Por supuesto, algo hemos aprendido de todo esto: el éxito puede constituir un gran fraude.