Petróleo a cambio de protección. Ese fue el pacto que a comienzos de 1945 sellaron el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y el rey Abdulaziz bin Saud. Se firmó a bordo del USS Quincy, frente a las costas de El Cairo, cuando el americano regresaba de la histórica Conferencia de Yalta. Desde entonces, se desarrolló una “relación especial” entre ambos países que definió buena parte de las relaciones internacionales en torno a Medio Oriente por 70 años. Con el tiempo y las nuevas tecnologías para la extracción del crudo, como el fracking, Washington se volvió mucho menos dependiente del petróleo arábigo y por lo tanto, esa amistad dejó de ser tan sólida.
A pesar de esto, Donald Trump, a través de su yerno Jared Kushner, forjó un estrecho vínculo personal con el príncipe heredero saudita Mohammed bin Salman. Dos hombres imprevisibles en lugar de los equilibrados que forjaron el pacto inicial. El primer país que Trump visitó como presidente fue precisamente Arabia Saudita. Como consecuencia de ese primer encuentro, Ryad tuvo las manos libres para usar el armamento suministrado por Estados Unidos en la guerra de Yemen. La amistad también sirvió para tratar de ocultar la verdad sobre el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, saudita de 59 años y columnista del Washington Post. El hecho ocurrió en el consulado saudita de Estambul el 2 de octubre de 2018. El periodista había sido citado para entregarle una visa cuando fue atrapado dentro del recinto consular, torturado y asesinado por un equipo de agentes vinculados al príncipe heredero, Mohammed bin Salman, MBS, el gobernante de facto del reino. Luego desmembraron su cuerpo. Sus restos nunca fueron encontrados.
Este fue el hecho determinante para que ahora, el presidente Joe Biden se distancie de las políticas para Medio Oriente de su predecesor. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, dijo que el nuevo mandatario tiene la intención de “recalibrar” su relación con Arabia Saudita. Y lo hace, precisamente, destapando la información de inteligencia que prueba que el príncipe Mohammed fue quien ordenó el asesinato de Khashoggi. Así se lo hizo saber al padre del acusado, el rey Salman, que tiene una edad avanzada y salud deteriorada, pero que ahora Washington prefiere tener como interlocutor hasta que se defina la sucesión, que también está cuestionada. A partir de ahora, dijo el Departamento de Estado en un comunicado, la política estadounidense debe priorizar el estado de derecho y el respeto de los derechos humanos.
Biden plantea una nueva relación con Arabia Saudita tras cuatro años de «relaciones carnales» con la Administración Trump. EFE Anna Moneymaker
Para que la dinastía saudita pueda mantener la sociedad estratégica con Washington y su “paraguas” de seguridad a largo plazo, tiene que hacer concesiones importantes. El primer paso ya lo dio al reestablecer relaciones con Qatar. Ryad había impuesto en 2017 sanciones comerciales junto a Egipto, Bahrein y los otros Emiratos del Golfo, por entender que el pequeño y extraordinariamente rico reino se estaba acercando demasiado a los intereses de Irán y Turquía. Era un conflicto interno musulmán entre los países alineados con el sunismo (los sauditas, que, a su vez, profesen una rama muy estricta denominada wahabismo) y el shiísmo (los iraníes). La Casa de Saud pudo complacer a Washington sin mayores problemas. Le conviene mantener ese frente común sunita lo más firme posible.
Ryad también asumió con resignación el hecho de que ya no podrá utilizar todo su potencial militar, emanado de la ayuda en dinero y armamentos proveniente de Washington, en su guerra regional de Yemen contra los rebeldes houthis (apoyados por Irán). Y comenzó a ceder en el otro punto levantado desde el Congreso washingtoniano: que liberen a las militantes defensoras de los derechos de las mujeres sauditas. La semana pasada, la activista más destacada, Loujain Al-Hathloul, fue entregada a su familia, aunque en libertad condicional. Y ahora viene “el sapo más difícil de tragar”. La Administración Biden publica un informe desclasificado de los servicios de inteligencia en el que se concluye que el príncipe Mohammed bin Salman fue el instigador y aprobó el asesinato del periodista Khashoggi. Un hecho que podría dejarlo fuera de la carrera por suceder a su padre o, al menos, en una muy mala posición interna y externa para asumir el trono.
Después de meses de presiones por parte de los organismos internacionales de derechos humanos y la defensa de la libertad de expresión, Riad acabó admitiendo que Khashoggi fue asesinado en una operación de “extradición deshonesta” que salió mal, pero negó cualquier implicación del príncipe heredero. Se entregaron cinco de los agentes que participaron en el hecho y los condenaron a muerte, luego se les conmutó la pena por 20 años de cárcel tras ser perdonados por la familia de Khashoggi. El informe desclasificado asegura que el príncipe heredero aprobó y probablemente ordenó el asesinato de Khashoggi, que había utilizado su columna del Washington Post para criticar las políticas de MBS.
Paralelamente al informe de inteligencia la cadena de noticias CNN informó que los dos aviones utilizados por los agentes que asesinaron a Khashoggi para trasladarse desde Riad a Estambul pertenecían a una empresa que poco antes había sido incautada por la corona saudita, de acuerdo a documentos que forman parte de una demanda civil en la justicia canadiense. La compañía Sky Prime Aviation fue incorporada al Fondo Público de Inversión, presidido por el príncipe heredero, en 2017 y un año después sus aviones se utilizaron para el asesinato de Khashoggi.
Trump protegió al príncipe heredero saudí en el caso Khashoggi. EFE/Michael Reynolds.
Hasta ahora, la relación entre ambos países sobrevivió a una serie de crisis profundas: el apoyo de Washington a Israel en la guerra de 1967 que derivó en el embargo petrolero de 1973, la Guerra del Golfo de 1991 y los ataques del 11 de septiembre de 2001, donde la mayoría de los secuestradores suicidas de Al Qaeda eran ciudadanos sauditas. Y, por supuesto, la constante aspiración de Washington por encontrar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos. “Un vibrante y efectivo proceso de paz ayudará a cimentar una fuerte relación entre príncipe y presidente; un proceso encallado y exhausto dañará su conexión”, opinó Bruce Riedel, quien fue analista de la CIA y miembro del Consejo de Seguridad Nacional.
Mucho va a depender de si MBS se consolida en el poder en Ryad. Es muy popular entre los jóvenes sauditas por su promoción de las reformas sociales. Tiene apenas 35 años y una gran astucia política. Comenzó su regencia con un golpe de efecto al engañar a buena parte de los hombres prominentes del reino, encerrarlos en un lujoso hotel y negarse a liberarlos hasta que devuelvan una buena parte de sus fortunas obtenidas por favores del rey. También mandó a la cárcel al hombre que era el favorito de Washington para ser el próximo rey: el ex ministro del Interior y príncipe heredero Mohammed Bin Nayef, depuesto por MBS en un golpe encubierto en 2017.
Biden y sus sucesores podrían tener que lidiar con MBS más allá de sus gustos. Y saben que se encuentran en una muy delgada línea cuando se trata de las relaciones con el mundo musulmán. En 2005, la entonces secretaria de Estado, Condoleeza Rice, denunció la autocracia en la región e instó a los saudíes a adoptar la democracia y celebrar elecciones libres. Los gobernantes sauditas terminaron permitiendo elecciones municipales limitadas. Pero todo resultó en un desastre con la victoria contundente de los candidatos islamistas más conservadores y antioccidentales. Cualquier movimiento en esa región es despejar el camino a una serie imprevisible de acontecimientos. En este contexto, MBS podría pasar en muy poco tiempo de ser “un asesino” a convertirse en un “aliado estratégico”.