
Desde 2015, dos guerras han dejado cicatrices profundas en el Medio Oriente: una en Yemen, otra en Gaza. Sin embargo, solo una de ellas aparece regularmente en portadas, discursos de líderes globales y protestas internacionales.
Mientras la causa palestina concentra la atención del mundo, Yemen —donde la muerte, el hambre y la represión han devastado a una nación entera— sigue sumido en el olvido. ¿Por qué Gaza sí y Yemen no?
La tragedia silenciada de Yemen
En marzo de 2015, una coalición liderada por Arabia Saudita intervino en Yemen para frenar el avance de los rebeldes hutíes, un grupo armado apoyado por Irán que había derrocado al gobierno reconocido por la ONU. Desde entonces, el país ha sido escenario de una guerra brutal, marcada por bombardeos, bloqueos, hambre y represión.
Según estimaciones de la ONU y organizaciones internacionales, entre 2015 y 2022 murieron al menos 377,000 personas en Yemen, más de la mitad por causas indirectas como el hambre, enfermedades y la falta de servicios médicos. De ese total, más de 19,000 civiles fallecieron por ataques directos, incluidos más de 2,300 niños. UNICEF, por su parte, documentó más de 11,000 niños muertos o heridos en ese mismo período.
La situación humanitaria sigue siendo crítica: más del 80% de la población necesita ayuda para sobrevivir. Los hutíes controlan grandes territorios con mano de hierro, ejecutan opositores, reclutan niños soldados y gobiernan mediante el miedo. Sin embargo, esta catástrofe ha sido relegada al margen del debate global. Pocas cámaras, pocos hashtags. Yemen, simplemente, no vende titulares.
Gaza: el epicentro de la indignación global
También desde 2015, Gaza ha vivido múltiples escaladas de violencia entre Israel y el grupo islamista Hamas, con picos de enfrentamientos que han dejado miles de muertos. Pero fue a partir de octubre de 2023 cuando la tragedia se tornó masiva y mediática.
Tras un ataque brutal de Hamas el 7 de octubre de 2023, Israel lanzó una ofensiva militar sin precedentes sobre Gaza. En menos de dos años, más de 59,000 palestinos han muerto, según datos del Ministerio de Salud de Gaza. Organismos internacionales y estudios independientes, como The Lancet y The Economist, estiman que la cifra real podría superar los 100,000 muertos, si se cuentan víctimas de hambre, enfermedades y falta de servicios médicos. De estos, más de la mitad son mujeres y niños.
En este mismo lapso, Gaza ha protagonizado titulares en todos los continentes, ha movilizado a miles en las calles, ha encendido debates y tensiones en foros internacionales. Cada imagen de un niño herido o de un edificio destruido recorre el mundo en segundos. Gaza, con razón, duele. Pero Yemen también debería doler.
¿Por qué Gaza sí y Yemen no?
La pregunta es incómoda pero necesaria. Las vidas de los niños yemeníes no valen menos que las de los niños palestinos. Sin embargo, la atención global es desigual. Las razones son múltiples:
- Narrativas fáciles: El conflicto en Gaza se ha simplificado al máximo: ocupante vs. ocupado, opresor vs. víctima. Yemen, en cambio, es un laberinto geopolítico donde no hay buenos absolutos ni villanos claros.
- Falta de visibilidad: Gaza tiene cobertura constante. Yemen, casi ninguna. Los medios rara vez envían reporteros a un país bloqueado, pobre y olvidado.
- Presión política y mediática: La causa palestina tiene portavoces globales, campañas organizadas y respaldo diplomático. Yemen no.
- Cansancio selectivo: Yemen lleva una década de sufrimiento. Cuando la tragedia se vuelve rutina, el mundo la ignora.
Desde 2015: En Gaza, más de 100,000 personas han muerto, en su mayoría civiles, incluyendo decenas de miles de niños.
En Yemen, han muerto al menos 377,000 personas, más de 19,000 civiles por ataques directos, y miles de niños por bombas, enfermedades o hambre.
Ambas cifras deberían sacudirnos por igual. Ambas tragedias merecen atención, justicia y compasión. Pero cuando el dolor se mide según la geopolítica, el acceso mediático o la conveniencia ideológica, entonces no solo se ignoran vidas: se deshumanizan.
Yemen no es menos que Gaza. El olvido no es neutral. Es una forma de violencia.